diciembre 09, 2010

Especial

Aquí está un capítulo especial, que combina partes importantes de dos grandes historias. Tristán es un vampiro, cuya historia se relata en La Prostituta Boxeadora, escrita en conjunto por Rayas A y C, este personaje se encuentra con nuestra amiga Jane, la mujer lobo de Colmillos Salvajes, y gracias a las coincidencias del destino estos personajes anatómicamente distintos se darán cuenta de que tienen una que otra cosa en común. les incito a leer esta serie titulada La Prostitua Boxeadora, cuya trama vampiresca, violenta, con toques agridulces dejará en cada lector un sentimiento de frenesí con cada palabra. para ir al blog y conocer a Tristan, Dennis y Margarita dar Click Aquí o en los enlaces ya marcados. Y ahora sin mas preambulos les dejo las impresiones de Jane y Tristan Al conocerse.

PD: No olviden comentar y visitar La Prostituta Boxeadora


TRISTÁN

Esa noche desperté solo en la casa donde nos estábamos quedando. Al levantarme, poco después del atardecer, únicamente me encontré con una nota pegada en el refrigerador que decía: “No nos arriesgamos a despertarte y nos fuimos. No hagas nada estúpido, niñito. Dennis” junto al texto había un tierno dibujo de un ratoncito, supuse que era el mensaje de Margarita. Hasta ahí, nada fuera de lo común, sin embargo, lo que cambió mi perspectiva acerca de esa noche fue descubrir el papel donde estaba escrita la nota: era una hoja de calendario que señalaba la fecha de esa noche, mi cumpleaños. Aun no tengo claro si se trataba de la fecha del día en que nací o de la noche en que morí, que de algún modo fue también una forma de nacer. Según comprenderán, a estas alturas resulta un poco complicado recordar las fechas exactas, yo sólo tenía la certeza de que esa fecha era significativa para mí.
Con ese confuso pensamiento salí a caminar. El apetito se me había ido, pero aun así sentía un deseo insoslayable de vagar por ahí disfrutando de la soledad como lo hacía antes… ha tanto tiempo. Caminé por espacio de una hora aproximada y por impulso entré a un café de atractiva fachada. Ya había hecho mi clásica orden de una copa de buen vino cuando por alguna razón mi vista se fijó en la vitrina de los pasteles y no resistí la tentación de agregar una porción de pie de limón a mi solicitud, el mesero me miró raro y se fue con su libretita, yo sonreía como un niño ante la idea de volver a comer pastel después de varias décadas en que no me comía un postre de esa clase, después de todo, era mi cumpleaños y tenía derecho a celebrarlo con un pastel (me parece oír las palabras de Dennis diciéndome cuán infantil soy).
Disfrutaba del glorioso sabor de mi golosina cuando alguien se sentó a mi lado y de un ágil movimiento me arrebató el tenedor para inmiscuirse en mi plato. Mi reacción se redujo simplemente en acercarle el plato a la muchacha, tal vez estoy demasiado acostumbrado a que Dennis y Margarita invadan mi espacio, entonces (sí, recién entonces) me di cuenta de que la mujer en frente mío no era humana ni vampira, sino una loba, nuestra enemiga natural.
Ella me miró con extrañeza cuando le acerqué el plato, dándole a entender que le estaba convidando, luego le acaricié un poco la coronilla como suele hacerse con los perritos para que tomen confianza, pero al parecer ella se ofendió pues me gruñó suavemente. Decidí mantener la distancia, no tenía la más mínima intención de ganarme otro enemigo lupino.
-Es un buen pie de limón.
Me dijo, quizás tratando de entablar conversación.
-Lo es. Hace mucho que no comía uno.
-Era justo lo que necesitaba. Un bocado de felicidad después de la tormenta.
-Exacto… un bocado de felicidad.
Sonreí. Pensar en el pie de limón me hacía evocar a Margarita y su encantadora presencia, luego mi mente siempre se remontaba a su madre, esa Ilusionista/Ilusión a la que seguía adorando con serena constancia.
-¿Cómo te llamas, vampiro?
-¿Tu manada no se enfadará si te me acercas?- le pregunté lo más cortés que pude, ella clavó en mí sus ojos animales de un modo que no supe interpretar, así que agregué rápidamente antes de que se enfadara- Me llamo Tristán ¿Y tú?
-Jane.
Dijo sonriendo. Si bien se notaba que era una criatura peligrosa, no parecía dispuesta a un enfrentamiento ni a la cacería, sino más bien animada por la misma calma taciturna que esa noche me había arrastrado hasta allí ¿Sería la Luna?
-Mucho gusto, caminante solitaria ¿Qué te mueve esta noche?
–El miedo al abandono y la decepción del amor salvaje y solitario. El gusto es mío Tristán, me imagino que tu soledad es voluntaria ¿O me equivoco?
–Esta noche sí y no. Los que quiero han salido de cacería sin invitarme creo, pero no importa, esta noche festejo mi cumpleaños.
–Amerita un brindis con algo más que vino entonces– dijo sonriendo, Jane parecía estar buscando la cercanía de alguien, pero no a pedir protección sino a ofrecerla, como si quisiera recuperar su seguridad brindándosela a los demás. Me sentí intrigado por su ansiosa sociabilidad – ¡Mesero! ¡Mesero! ¡Dos copas y una botella de Jack Daniels, por favor! Ah, sí ¡Y unas velas!

Conversamos hasta altas horas de la madrugada, de todo y de nada, sin otra intención entre nosotros que la desesperada necesidad de expresarnos ante alguien que no nos juzgara, ante un ajeno a nuestra propia estructura. En Jane descubrí a una dama sensible y delicada oculta entre muchas y policromáticas capas de rudeza, decepciones y desafíos, pero ante todo, muy leal. Ella oyó con calma mi historia, mi pasión desmedida por quien me arrebatara la vida y el largo camino que tuve que recorrer hasta aceptarme a mí mismo, así como también la férrea amistad que me mantenía vivo y unido a mis camaradas.
Después del pie de limón y mi vino, se sucedieron algunos cuantos mojitos y un whisky, me iba a invitar a un margarita también, pero me negué diciéndole que aquella preparación sólo la bebía con dos personas en específico, ella no me pidió más explicaciones. La gente del local nos miraba extrañada, nosotros bebíamos y bebíamos sin embriagarnos, mientras hablábamos de nuestras vidas en términos que a los mortales les parecían meras divagaciones o metáforas.
Habíamos abandonado el café y caminábamos por las calles casi vacías cuando Jane movió sus fosas nasales de un modo tan sutil que apenas yo me di cuenta, luego miró a todos lados algo nerviosa y se dirigió a mí con una sonrisa.
-Será mejor que me vaya, Tristán. Fue un placer conocerte.
-El placer ha sido mío, señorita.
Respondí con una reverencia, a ella parecía divertirle mi formalidad anticuada. Me besó la mejilla y se largó corriendo, ya no la veía cuando oí a lo lejos un aullido largo y casi melódico, emitido con sincera pasión, produciéndome una sensación de placer purificado, tierna, esperanzadora… palabras inusuales en un vampiro. Fue como si después de tanto tiempo de caminar en una caverna, una brisa fresca hubiese sacudido mi pecho inerte.
-Yo también estoy agradecido, Jane.
Susurré para mí mismo antes de cambiar de rumbo. La noche era joven y pretendía caminar un poco más cuando irrumpió en mi campo visual una imagen familiar.
-¡Te dije explícitamente que no hicieras nada estúpido!
-¿Qué hice ahora?
-¡Estabas con esa loba! ¡LOS LOBOS NOS ODIAN! ¿Ya olvidaste a los perros en Rumania?
-No me metí en problemas, esta vez lo tengo claro. No tienes que hacerme una escena de celos, Dennis.
-¿Celos? ¡QUIÉN MIERDA ESTÁ CELOSO! ¡Aquí la única nenita eres TÚ! Una niñita estúpida que va a meterse con la gente más problemática en mil kilómetros a la redonda…
Nos fuimos caminando tranquilamente. Dennis seguiría sermoneándome el resto de la noche, yo lo aguanté con paciencia. Mi vida regresaba a la normalidad y eso me alegraba.
Esa noche aprendí mucho de los licántropos y aventuro a decir que ella comprendió un poco más las motivaciones de mi especie, pero lo más importante: ambos ganamos un aliado en este mundo impío que ha perdido el respeto hacia sus propias fantasías, que nos tacha a bajo el sello de la irrealidad y se dispone a ignorarnos, a olvidarnos. Nunca olvidaré a Jane, esa loba solitaria y apasionada que me robó unos bocados de pie de limón y una noche, pero a cambio me regaló su confianza.





 JANE
Aquel día desperté con la seria sensación de que todo lo que quería en ese momento ya no estaba más a  mi alcance. Fue al poco tiempo de convertirme (o de que me convirtieran), específicamente después de dos meses, tres días, veintiún horas, catorce minutos y cincuenta y seis segundos.

Él me enseño como ser lo que soy, él me convirtió, me inicio, me hizo el amor  y luego, como un buen lobo estepario, se fue.
La caída fue muy dura.
No pude levantarme.
Estuve en el suelo mucho tiempo, me parecieron siglos, como los que comencé a vivir luego de convertirme, pero no podía controlar mis deseos de sangre, de sexo, los deseos de ver otra vez una noche de luna llena junto a mi mentor, lo buscaba entre todos, pero jamás lo hallaba. Cada vez que salía de mi cuarto por la noche y buscaba una nueva presa, era solo para sustituir el rostro del hombre simple al que seducía por el del macho alfa que me robo hasta la última gota de mortalidad del cuerpo.
Pero como nada es eterno, el día en que menos esperaba verlo, estaba allí, bajo el sol de verano en la plaza, junto a la iglesia. El brillo de los cristales negros se dirigía directamente a mí, paralizándome por completo, quedando sola en mitad de la nada en que se convirtió la calle por la que caminaba.  Cuando se quitó las oscuras gafas,  sus ojos me demostraron lo incomodo que se sentía  viéndome de pie frente a él, y sentí en el cuerpo una fuerza que me impulsaba a salir huyendo en la dirección contraria, pero no lo hice, mi orgullo jamás me permitiría huir de él, aunque mi espíritu lupino aullara por hacerlo.
Continuamos viéndonos fijamente durante largo rato, a menos de dos metros, pero sin pronunciar una sola palabra. Reconocí a los que estaban con él, unos lobos antiguos, pero eso no nos importó, quizás porque secretamente sabíamos lo que sentíamos el uno por el otro. De sus ojos ambarinos brotaron unas lágrimas, acto seguido: volvió a ponerse las gafas y miró hacia otro lugar. Yo continué caminado en dirección a él como si no nada. Al pasar a su lado, se volteó y susurró en mi oído:
– Pase lo que pase, nunca cambies Jane. No dejes que este mundo roto te quite una sonrisa.
Esas palabras también me hicieron llorar. Cuando quise voltearme a buscarlo, ya no estaba, sólo vi un último destello azul que dejo su cabello en el lugar en donde estaba un segundo atrás. Entonces salí corriendo. Lloré y corrí toda la tarde, desde las 13: 26 hasta que la noche hizo su aparición triunfal. A las 20:53 me detuve; no sé en dónde ni por qué, pero lo hice sin pensar.
No pude ni cazar. Después de verlo, el sexo con un desconocido me daba nauseas. Me sentía herida, frustrada y atrapada. Quería algo que me hiciera sentir mejor, pero ¿qué? Intentar embriagarse era estúpido... De pronto,  sentí un aroma diferente, el aire estaba impregnado con la esencia de los enemigos, y a la vez, mis instintos me decían que corriera hacia ese lugar.
Comencé a correr desesperada, buscando la procedencia del aroma que percibía, hasta que llegue a un lindo café decorado en estilo antiguo; me asome a la puerta y en efecto, allí estaba, un vampiro alto, delgado, de piel, clara y cabello oscuro, que tenía en una mano una copa de vino y en la otra un tenedor para comerse una exquisita porción de pie de limón. Sin siquiera pensarlo entré rauda, me senté a su lado y sin previo aviso o presentación le arrebate el tenedor de la  mano y probé el pie de limón. A él pareció no importarle que una completa desconocida se metiera en su plato, por el contrario me lo acercó y acto seguido, me rascó la cabeza como si fuera un perro abandonado. Lo miré desafiante y solté un gruñido suave, para parecer simpática, mas parece que se asustó, porque quitó la mano rápidamente.
Intenté nuevamente.
– Es un buen pie de limón.
–Lo es. Hace mucho que no comía uno.
–Era justo lo que necesitaba. Un bocado de felicidad después de la tormenta.
–Exacto… un bocado de felicidad– Sonrió.
– ¿Cómo te llamas, vampiro?
– ¿Tu manada no se enfadará si te me acercas? – Preguntó el vampiro, haciéndome recordar que como buena esteparia, la soledad estaba conmigo, la amaba, pero también amaba a mi transformador  y deseaba tenerlo conmigo. Debí poner una cara extraña, porque contesto rápidamente y con temblores. –Me llamo Tristán ¿Y tú?
–Jane.
–Mucho gusto, caminante solitaria ¿Qué te mueve esta noche?
–El miedo al abandono y la decepción del amor salvaje y solitario. El gusto es mío Tristán, me imagino que tu soledad es voluntaria ¿O me equivoco?
–Esta noche sí y no. Los que quiero han salido de cacería sin invitarme creo, pero no importa, esta noche festejo mi cumpleaños.
–Amerita un brindis con algo más que vino entonces– dije sonriendo, Tristán era una de esas criaturas a las que dan ganas de proteger, hasta despierto lucía indefenso. – ¡Mesero! ¡Mesero! ¡Dos copas y una botella de Jack Daniels, por favor! Ah, sí ¡Y unas velas!
A penas llegó la botella y las velas, brindamos; primero, por su cumpleaños número indefinido, segundo, por mis dos meses tres días y todo lo demás de licántropa, tercero, por el amor, el dolor, el arte y las ilusiones; cuarto, por el pie de limón, la felicidad hecha pastel, quinto, por los amigos y por la soledad, sexto, por estar allí, séptimo, por la ilusionista/ilusión de Tristán y por Jack, nuestros convertidores, por ser ambos unos abandonados por el amor y por el amante. Se acabó la botella.
Al whisky lo siguieron una larga cadena de mojitos.

– ¿Entonces qué hiciste con la ilusionista?
– La dejé en el mismo lugar donde todo comenzó, en una cama, en un apartamento de una ciudad de Francia.
– Eres un pequeño travieso ¿eh? Pero te considero valiente por atreverte a dejarla.
– La dejé porque en realidad nunca la tuve, y dejar algo que jamás se ha tenido es tan fácil como asesinar a un hombre común. Las personas extrañas que escapan a las normas son las que merecen mis respetos, pero cuando caigo en que son humanos, el respeto se desvanece  para dar paso a la sed de sangre. – sonrió mirando fijamente su copa vacía. Él en el fondo era un niño que quería ser cuidado. Se comportaba como si esperara que alguien lo defendiera de los peligros del mundo, lucía vulnerable, pero su sabiduría y puntos de vista me dejaban asombrada. Lejos era mayor que yo por lo menos por doscientos años.

Tras largas horas de plática sobre Jack, mis vivencias, mi conversión y el resto de mis extraños procesos evolutivos, Tristán me dijo:

– Ese lobo te dio cosas importantes, pero no eres él ni él eres tú. Camina por esa cuerda floja sola un tiempo, tal vez cuando estés por llegar al final encuentres una mano amiga que te sostenga para que no pierdas el equilibrio. No dudes en obedecer a los instintos, y si quieres llorar, llora, grita, aúlla, corre, juega, vive tu deseo y tu pasión. Haz esas locuras que nadie haría, enfrenta tus miedos, reta a la muerte.

– ¿Me lo dice el vampiro suicida? – reí, Tristán tenía razón en eso, no era justo que dejara de vivir y de soñar por alguien que así como se fue, tal vez volviera y tal vez no.
Hurgué en mis bolsillos y encontré un trozo de papel azul. Caminamos por las calles vacías contemplando la luna y hablando incoherencias. Yo jugueteaba con el papelito mientras escuchaba a Tristán cantar algo de un español de los 90’s llamado algo así como Bunbury.

“...Me calaste hondo y ahora me dueles
Si todo lo que nace perece del mismo modo
Un momento se va y no vuelve a pasar...
Y engáñame un poco al menos
Di que me quieres aún más
Que durante todo este tiempo
Lo has pasado fatal
Que ninguno de esos idiotas
Te supieron hacer reír
Y que el único que te importa
Es este pobre infeliz...”

Hice una linda grulla de papel que agitaba las alas y se la entregué a mi melancólico nuevo amigo. Su sonrisa creció, su fascinación era magnánima mientas hacía que la grulla agitara las alas una y otra vez imitando su vuelo.

– Un dulce para un niño– susurré.

Nuevamente mi olfato me indicó que había algo nuevo en el ambiente. Un  olor fuerte a cerveza me hizo pensar inmediatamente en Dennis, el amigo-novio de Tristán. Decidí que no quería problemas con un vampiro celópata así que preferí despedirme.

-Será mejor que me vaya, Tristán. Fue un placer conocerte.
-El placer ha sido mío, señorita. – reverenciándome mientras decía eso.

Sonreí, le besé la mejilla y corrí, corrí, corrí... por felicidad y por plenitud. Me trepé a un tejado y le aullé a la luna llena por poner a Tristán en el camino aquella noche. Espero que no haya tenido muchos problemas con su amigo-novio por mi culpa.
Aún hoy, deseo ver de nuevo a Tristanito, para que me presente a Dennis y a Margarita, para poder tomarnos unos buenos tequilas.


Tal vez Continue... Se agradecen los comentarios y las criticas constructivas. Gracias desde ya por visitar y leer Pasión Libertad y Sensatez. 

diciembre 05, 2010

Colmillos Salvajes, Capítulo Dos: Un Gato Sonrriente

Capitulo Dos:
Un Gato Sonriente

A Jane se le fue el alma a los pies al oírlo (si es que la tenía, claro). Él sabía que ella era una lycan, pero definitivamente él no era uno de los suyos, claro que no, eso saltaba a la vista... pero entonces ¿Qué era?
– Y ¿Cómo es que tú sabes que yo soy lycan?
Él no respondió. La miro con sus ojos dorados como pretendiendo que Jane sabía la respuesta, pero no. Ella no tenía ni la menor idea de qué clase de animal podía ser el sujeto, sólo intuía que era un depredador magnífico. Le quitó el espacio a las preguntas tontas y continuó besándolo, ya descubriría en otra ocasión con qué clase de animal salvaje se estaba involucrando.
El juego continuó en el departamento de Evan. Entraron atropelladamente, sin dejar de besarse y acariciarse, quitándose la ropa en el camino. El sitio era muy agradable; las paredes verde musgo de la sala estaban decoradas con cuadros que mostraban unas figuras extrañas que Jane no supo distinguir a simple vista; primero porque las pinturas requerían una contemplación minuciosa, y  segundo,  porque estaba concentrada en quitar de su camino aquellos vaqueros  que estaban dando problemas con la cremallera. El resto de la casa lo conocería mas adelante.
No hace falta una descripción detallada de todo lo que hicieron, basta decir que aquellos muebles jamás habían visto tal pasión en dos desconocidos.
Cuando amaneció, Jane estaba despierta, tirada en el suelo junto a Evan, cubierta por un  trozo de cortina que había logrado sobrevivir al ataque. Por su mente se asomaban las imágenes de la alocada noche, ¡Vaya que alocada!
Miró a Evan descansando a su lado. ¡Que indefenso lucía allí dormido! Sus manos eran grandes, con los huesos muy marcados. Recordó lo delicado de sus movimientos, un ataque sutil, audaz y veloz, como un felino malévolo que está de cacería: por primera vez encontraba un amante digno de seguir con vida, y, aunque ella intentara liquidarlo, se defendería muy bien.
Se levantó cuidadosamente del suelo y tomó lo que sobrevivió de su ropa. Una vez vestida escribió una nota con labial en el espejo de la sala, el que rezaba:
87539257 Tenemos una conversación pendiente felino salvaje.
Luego salió del departamento con rumbo a su casa, volvió a meterse por la ventana como si jamás hubiese salido del cuarto y, una vez adentro, se sentó en la cama en silencio.
Estaba cansada y somnolienta. Abrió la ventana para que entrara la luz del sol naciente, se recostó tal cual estaba y cayó profundamente dormida, impregnada aún por el perfume cítrico, herbáceo y salvaje del felino que había cazado y que sin duda también la cazó a ella.
Algunas horas más tarde el ruido de su celular hizo que se despertara de un salto; al mirar la pantalla vio un mensaje cautivador.
              Nos vemos en el cine abandonado que hay al norte de la ciudad. Llevaré un par de vasos. E.
–Vaya, vaya... así que el gatito tiene sed – pensó Jane – Ya le llevaré leche.
El móvil marcaba las 17:23. Había tenido un sueño placentero.

            Su atuendo era mucho más producido que en otras ocasiones de cacería: un vestido azul turquesa resaltaba su piel blanca y su cabello oscuro; los ojos verdes enmarcados por una suave sombra gris y unas largas pestañas, sólo con eso ella destacaba por entre cualquier otra. En el regazo llevaba dos botellas, una de whisky (Jack Daniels) y en la otra un café cubano que se bebía frío.
–Hola gatito – soltó ella al verlo sentado en cuclillas sobre una proyectora – ¿Ahora contestarás mi pregunta?
–Tal vez sí, tal vez no, todo depende de lo que me des a cambio– Contesto él con una sonrisa.
–¿y que quieres a cambio de una respuesta?
–Saber por qué una loba tan apasionada llora y aúlla cuando el macho le entrega el placer que busca.
            Los ojos dorados de Evan estaban fijos sobre ella, podía sentir su mirada en la nuca, pero ella solo bajo la cabeza y apretó los parpados dejando caer unas lágrimas. Abrió los ojos de golpe y, de pronto, los indefensos y seductores ojos verdes se esfumaron y dieron paso a los violentos y asesinos ónix negros.
Ni siquiera Evan pudo ver como de pronto Jane sacó las garras y los colmillos, y se abalanzó sobre él, acorralándolo entre la lente del proyector y la pared
–Mira Gato, si queremos seguir siendo amigos, más vale que no pretendas hurgar en mi pasado ¿Entendiste?
–Jane, actuando así solo me demuestras que mi teoría puede ser correcta...  dijo él con un tono muy suave y despreocupado.
– ¡Te dije que ya basta! –Gruñó ella. – Que esté aquí ahora no quiere decir que debas ser mi confidente, primero, porque no lo necesito, y segundo, porque no es asunto tuyo.
            Luego le soltó el cuello y lo empujó contra una pared. Respiró profundamente e intentó relajarse. Evan se sobaba el cuello, tenía las garras de Jane marcadas con sangre en la piel. Se acercó cuidadosamente a ella, pero no intentó sorprenderla, sino que demostrarle que lo sentía.
– Eh... No pretendía que te enfadaras, mi lobezna, sólo quería saber más de esa depredadora, pero no te preocupes, que puedes confiar en mí.
–No, gatito, no puedo confiar en uno de los animales más traicioneros que existen – dijo Jane intentando alterarle, por alguna extraña razón, Evan nunca dejaba de sonreír.
Era extraño, irreverente y sarcástico, pero ninguna de esas cosas podía combatir con la seducción que desplegaba con solo una mirada, y menos con esa fama de buen amante que acababa de construirse en la cabeza de Jane.
– ¿Y mis respuestas qué? ¿No piensas dármelas?
– Soy un vampiro. Un Vampiro Grangrel.

octubre 19, 2010

Alter Ego... Cuando Jane Quiere Abrirse Camino.

Me resulta difícil comenzar a develar los secretos de mi mente, mis verdades, mis mentiras, las angustias, las alegrías y aquello que me haga sentir débil frente a otro, mas es inevitable hacerlo, así como Bianca me suplica ser juiciosa, Jane me grita que pierda la cabeza, y que me deje embriagar por esta sensación divinamente dionisiaca. Es una sensación diferente de demencia, una llave que abre mil puertas que van directo hacia lo desconocido y que me hacen estremecer de solo pensarlo. Día tras día cada recuerdo se va desdibujando más y más hasta ser solo una sombra de lo que fue… como todo, como él. Esta mañana al despertar me he dado cuenta de que una idea aunque sea pequeña es lo que puede cambiar el rumbo de lo que pienso y de cómo existo en el mundo, eso suele ocurrirme a menudo, pero hoy he tomado conciencia de ello así como también me di cuenta hace un tiempo de quien en verdad soy, y acabe con esa imagen falsa que tenia de mi misma y que era sólo un espectro, una sombra que no se parecía en nada a mí, pero que a la vez convivía con mi esencia.
Soy una mujer de convicciones firmes, en ocasiones muy delicada y sutil, más en otras (la mayoría) soy una salvaje cuyos instintos saltan por encima de todo juicio o razón. Eros me dio un regalo brillante que aprovecho constantemente: una imaginación formidable acompañada de una sed inagotable de la compañía masculina (física u onírica).
Hay deseos que son encerrados en el subconsciente de la mayoría de las personas para no sentirse juzgados por el resto de la sociedad; a mí, eso no me importa en absoluto. Lo que los demás piensen de mí y de mis opiniones o acciones me tiene sin cuidado, no voy a dar mi brazo a torcer para que otros decidan como debo vivir mi vida.
Cada mañana al despertar y ver el sol brillar en mi ventana el animal que llevo dentro aúlla complacido porque sabe que será otro gran día de satisfacciones para sus sentidos. En mi ambiente diario siempre hay presas que llaman mucho más mi atención que otras, cuyos atributos esenciales son tan sublimes que liberan por mi cuerpo ese “algo” que transforma mi mirada y me hace querer saltar sobre él para darle caza; pero como todo buen depredador  mantengo la calma, esperando, tendiendo trampas para que la presa no tenga donde ir. Es un juego fascinante el de la seducción, divertido hasta cierto punto; solo hasta el momento de poseer a la presa, una vez satisfecha mi curiosidad, debo cambiar rápidamente de blanco porque no tolero las repeticiones.
Ahora quien hace que corra la electricidad por mis venas es un hombre cuya sonrisa inmortal esconde una bandera asesina dibujada en los labios, de unos ojos negros y salvaje como la piedra ónix, brazos fuertes e inteligencia emocional. Es de esos que esconden muchos secretos: he ahí lo sublime y lo peligroso. Nadie escapa con vida, metafóricamente hablando, aunque, en el fondo de la metáfora se encuentra la base de la diversión.
Danzo para Selene y sin duda alguna para eros cada noche y cada día; buscando en esta última presa la expectación que reflejaron sus ojos, aquella primera vez, aunque sólo fuese una “casualidad”. Contradictoriamente creo que las coincidencias no existen, soy una convencida de que nada más que nuestras decisiones nos llevan por caminos que convergen con situaciones más desconocidas aún.
Me llaman hechicera, seductora, peligrosa... No niego nada. No tengo por qué mentir. Esa soy yo, sintiéndome plena y poderosa, y ante cualquier otra cosa, siendo yo. Soy Jane Franco y soy antes que todo una mujer.

octubre 16, 2010

Colmillos Salvajes, Capítulo Uno: Noche de Juegos

Capítulo Uno: 
Noche de Juegos.


Sus instintos dominaban su mente consciente la mayoría de las veces. Ansiaba caminar a la luz de la luna, recorrer las calles vacías y solitarias de aquella enorme ciudad, trepar a los edificios más altos y quedarse de pie en los tejados para sentir la brisa y tener la mejor vista, pero sobre todo, para sentirse libre. 

Danzaba bajo las estrellas en los acantilados más altos cercanos a la costa; agitaba con fuerza las caderas antes de saltar a las profundidades del océano. Nadaba por horas y horas, desnuda en las frías aguas, para pensar, para contemplar el esplendor que la rodeaba. Jane se paseaba por la ciudad como un espectro, disfrutaba mucho de la soledad de sus paseos nocturnos, especialmente porque podía realizar  uno de sus mayores placeres culpables: La cacería. Las noches en que se disponía a cazar eran, sin duda, una espectáculo, ya que empleaba todo su ser para conseguir a su presa, debido a que esta no era una cacería cualquiera, lo que ella buscaba era pasión, placer y sangre. Cada arma de seducción que existe era empleada por Jane, y si el hombre era muy apuesto, aumentaba su sed de sangre.
Esa noche no iba a ser diferente de todas las otras. El chico (que denominaré más adelante como la presa) tenía el cabello rubio, con unos mechones que caían sobre su rostro de tez trigueña, unos intensos ojos color miel y un piercing en la lengua, vaqueros ajustados y una sudadera verde que dejaba algo a la imaginación; un  espécimen perfecto para una noche de juegos. Ella llevaba puestos unos jeans negros, una camisa escarlata y ardiente, el cabello largo y oscuro recogido en una coleta casual que hacía resaltar el dije que tenía en el cuello: Un lobo aullando, con ojos de esmeralda. Él sería una presa más para ella, uno más de los que llenaría su lista de conquistas anónimas que satisfacían momentáneamente su sed de sangre y sexo.
El chico estaba apoyado en la pared acompañado de otros más que reían mientras ella le coqueteaba del otro lado de la calle. Las risas cesaron cuando, con gracia, Jane se acercó a él y luego de guiñarle un ojo lo tomó por el cuello de la sudadera y lo besó en los labios. Por un momento él se quedó perplejo, pero al segundo siguiente le estaba respondiendo con pasión. El juego había comenzado. Horas después ya se encontraban en la habitación del joven, pero el pobre no sabía lo que le esperaba. El salvajismo liberado en ese cuarto fue indescriptible; las paredes destilaban gotas de sudor. Él descansaba en la cama junto a ella, jugueteando con su pelo en medio de jadeos intermitentes que demostraban lo agotado que se hallaba.
-¿Quieres un masaje?- dijo Jane, pero solo fue una pregunta retórica, puesto que ya se encontraba deslizando los dedos por las líneas de  la espalda del chico. Él poco a poco comenzó a relajarse, cosa que la hizo sentir uno de esos escalofríos agradables que tanto le gustaban. El juego estaba acabando y, como siempre, ella estaba ganando.
La presión que estaba ejerciendo en la espalda de él fue aumentando cada vez más, al punto de producirle al joven ese dolor agradable acompañado de sonidos naturales, pero poco a poco lo agradable del dolor se tornó odioso, molesto e insoportable.
-Detente, por favor, ya es suficiente- dijo él, con tono de suplica
-Oh no, cariño, ahora va a ponerse más interesante- dijo ella con tono irónico y esbozando una sonrisa malévola. Él comenzó a asustarse pero ella estaba muy complacida. El joven sintió correr por su espalda un escalofrío y se le erizo la piel. Jane podía oler su miedo, sentir como se aceleraba su ritmo cardiaco, como un sudor frío recorría ese cuerpo tembloroso. Sus largas uñas hacían sangrar los hombros del muchacho, cuyo grito desgarrador quebró el silencio de la habitación y un espasmo violento de deseos de sangre sacudió con furia a Jane cambiando el color verde de sus ojos por un negro profundo de manera repentina.
-Es hora de que te muestre mi lado “B”.- dijo con una voz más grave antes de dejar escapar un gruñido.
Una. Dos. Tres sacudidas toscas acompañadas del rostro espantado de aquel joven anónimo tendido sobre la cama con la espalda ensangrentada. El olor de la sangre fresca hizo relamerse a la loba que se hallaba ante él, y que aulló ferozmente cuando el pobre hombre se dio cuenta de que el final estaba cerca. El animal lamio una de sus heridas, salto sobre él y luego de un aullido mortal, lo asesinó.

Unas horas más tarde, Jane se dejó caer en el suelo de la habitación apoyándose en la pared. Podía ver el cuerpo inmóvil de ese joven guapo y seductor  inerte sobre la cama; sus ojos desorbitados, sin luz, perdidos en un espacio infinito, sin saber si alguien lo esperaba en casa o si vivía solo, y le atemorizaba que ahora una parte de ella la intimidara con cosas tan banales como la moral. Para Jane cada hombre era usable y desechable, jamás involucraba sentimientos; son un arma de doble filo – se decía  – es una llave que otros usan para entrar al corazón y lastimarte, por eso sólo deben pertenecernos a nosotros.
A pesar de haber nacido en Marruecos, Jane no extrañaba nada de allá, sólo la danza y la sensación de libertad que ésta le daba. Odiaba la sola idea de vivir con aquellas costumbres sumamente extrañas en occidente y que nada tenían que ver con su estilo de vida. Era insoportable cada día en casa, porque significaba una nueva disputa familiar, ya fuera por el uso del lápiz labial, una blusa con escote, o una falda corta (a las rodillas)
Aquella noche se dedicó a pensar en todos aquellos jóvenes guapos que había seducido en ese último tiempo, por primera vez desde que comenzó con ese juego, pero sobre todo, recordó el por qué empezó a jugar. Todas sus presas tenían en común sólo una cosa, independiente de la forma de vestir, el color de la piel o el cabello, un rasgo común en todos era el ámbar dorado de los ojos. Hacía casi dos años, y aún lo recordaba como si hubiese pasado segundos atrás. Él se llamaba Jack, estaban solos en su cuarto, viendo unos posters pegados en la pared, un día caluroso de Diciembre.
Tus manos sobre mi espalda – Pensó – las mías en tu cuello, nuestros labios a milímetros de distancia... nuestros corazones latiendo con frenesí. – Jane sentía aquellos recuerdos como si fuesen reales y estuviesen ocurriendo en ese preciso instante –  “Tranquila” le susurraba la dulce voz de Jack, que con delicadeza besaba su mentón, mientras jane sentía correr por su cuerpo la adrenalina y la pasión desenfrenada del aquel contacto suave y seductor. Luego, él la besó en los labios delicadamente, sin detenerse, un besó con sabor a miel y café, embriagante y terso, delicioso... Jack recorría la espalda pequeña de Jane con sutileza, pero inundado por un deseo violento de poseerla, mientras que ella, rápida y audaz, ya le estaba quitando la chaqueta y la camiseta de color purpura oscuro, poseída por aquel instinto depredador que llevaba en la sangre. Al abrir los ojos, ella se encontró con esa mirada extremadamente voraz, mientras sus lenguas se entrelazaban  impetuosamente. Jack se alejó unos milímetros sólo para besarla con más fuerza, tomarla en sus brazos y arrojarla a la cama que estaba junto a la ventana. Se vieron a los ojos,  Jane lo abrazó con fuerza mientras recorría su pecho y espalda; cerró los ojos y lo beso más y más... se deshizo en su boca en tanto sentía el cuerpo fuerte y cálido de Jack sobre el de ella.
– Perdóname por todo el daño que te he causado– le susurró y continuó besándola desde los labios y, sin dejar de descender, llego hasta su pecho y le quitó la blusa. El éxtasis que se respiraba en la habitación era indescriptible, las caricias de ambos cuerpos daban a la situación un ardor tal que el termómetro del reloj marcaba más de treinta grados Celsius.
De sólo recordar, a Jane se le erizaba la piel y recorría por su espalda ese escalofrío placentero que hacia cambiar el color de sus ojos.
– Basta, es hora de jugar– se dijo esbozando una sonrisa sexy. Se escabullo por la ventana esperando no ser descubierta por nadie y se deslizo cuidadosamente por el tejado, dirigiéndose al parque central; una hermosa reserva natural ambientada al estilo japonés, para pensar un rato tras esos grandes árboles. Horas más tarde, a eso de las dos de la madrugada, tomó rumbo hacia el Hellfire para ver quién sería su presa aquella noche, porque ese era uno de esos momentos en que deseaba aullarle al mundo para marcar su territorio y mostrarse poderosa ante otros. Se sentó en la barra y llamó al bar-man para que le trajera un trago.
– ¡Eh, Pirata! Dame lo de siempre ¿Quieres? – le dijo sonriendo. El hombre la miro y le devolvió la sonrisa. Al otro lado de la barra, un muchacho muy atractivo, hacia señas a Jane para invitarle la primera copa; la noche iba mejor de lo que se esperaba.
Fueron unas horas bastante divertidas para ella; disfruto mucho del resto de la noche ahí, en la parte trasera del edificio (Ya Pirata limpiaría el desorden, como de costumbre). Por lo pronto, Jane daría un paseo placentero por las calles vacías de la ciudad (lógicamente debido a que era día jueves y el reloj marcaba las cuatro y treinta y nueve de la madrugada). Mas, a pesar de toda la confianza y seguridad que le daba ir de cacería, podía sentir tras ella un aroma salvaje que la asechaba. Continuó caminando por el techo de una galería, sin dejar de sentirse observada, perseguida e intimidada por aquel aroma. Sabía que era algo anormal, un  ente extraño que la hacía desear, más que cualquier otra cosa en ese momento, saber de qué se trataba. Segundo a segundo se incrementaba la curiosidad y el deseo de ella; su pulso se aceleró, los músculos de las piernas se tensaron, lista para saltar al ataque. Percibió tras de sí, con excesiva intensidad, ese aroma brutal y salvaje... se giró rápidamente sobre los talones en el preciso instante en que aparecía ante sus ojos un adonis tal que se quedó sin aliento. Unos ojos negros profundos e intensos, piel clara enmarcada por fino cabello negro. Al verse reflejada en aquellos ojos supo que ese hombre era un salvaje, una bestia... un ente delicioso. El hombre esbozo una sonrisa malévola escondida tras una barba descuidada, de tres o cuatro días. Todo ocurrió muy rápido entonces. Antes q alcanzase a poner la posición de ataque, el hombre la tomó por los brazo y la atrajo hacia sí, aunque ella no opuso resistencia, aquellos ojos negros eran hipnotisantemente bellos al punto que no podía pensar con claridad, sólo sabía que, si el hombre era tan bestia como su instinto le decía, sería una presa fantástica y digna de repetición – ohh sí... una y otra vez – pensó. A él no podría asesinarlo,  y ya no podía contener más sus deseos. Sintió correr por sus venas el fuego que solía recorrerla cuando iba de cacería, pero ahora el saber era distinto porque él también era un depredador, y por primera vez en mucho tiempo, ella se sintió la presa. Se liberó con fuerza de los brazos de su captor y lo echó hacia atrás de una patada; él, audaz, saltó sobre ella con un movimiento veloz, dejándola inmóvil contra la muralla de ladrillos húmeda por el rocío. El cazador sujetaba con una mano el cuello de Jane, quien soltó un gruñido enseñando los afilados colmillos mientras los ojos le cambiaban bruscamente de color y posicionaba las uñas tan largas como garras en la yugular del hombre. El ritmo cardiaco de ambos estaba por los cielos y se miraban fijamente como intentando encontrar en el otro la señal que les permitiera atacar. Un as de luz, proveniente de un vehículo desorientado iluminó de pronto el callejón en el que estaban, y ella pudo ver como esos ojos negros mutaban rápidamente a un ámbar con vetas doradas de una belleza sublime y felina, y entonces ella atacó; lo sujetó por el cuello y lo besó con furia. Él respondió al beso como si sólo hubiese estado esperando a que ella lo besara, acto seguido, la tomó en sus brazos, la aprisionó contra la pared y continuó besándola, destruyendo con sus manos la blusa de satín que Jane llevaba puesta. Ella trepó por sus piernas haciéndole un candado con las botas alrededor de la cadera, mientras el acariciaba con la legua aquellos incisivos afilados de Jane sin soltar su garganta, y con la otra mano, se deslizaba con suavidad por el encaje de su brasier.
La mente de la loba estaba desorientada, sólo quería seguir jugando con aquel hombre salvaje aunque... ¿Qué pasaría más tarde? ¿Irían a otro lugar o el plan era hacerlo allí mismo? En realidad no es que esa idea la molestara pero... ahh, ya daba igual.
Abrió lentamente los ojos para mirar otra vez las gemas felinas de su captor.
– ¿Cómo te llamas cazador?
– Evan – le susurró él al oído al tiempo que le pasaba la lengua por el hueso de la mandíbula, luego la miró intensamente. – Y tú loba, ¿Cómo te llamas?

septiembre 26, 2010

Memorias de una Luna Llena II

II

Las cortinas abiertas dejaban entrar la luz de las estrellas en la oscura habitación.
Alex sentía la adrenalina correr por sus venas, su corazón latir a mil por hora, su cuerpo sudado, la calidez de la cama, las sabanas mojadas; miro a la chica que dormía a su lado y esbozo una sonrisa. Se levantó cuidadosamente para no despertarla y abrió la ventana mientras se secaba el sudor de la frente con el dorso del brazo. El viento frio penetro en el cuarto alborotándole el cabello, mientras él, desconcentrado, solo pensaba en ella.
Contempló las estrellas, recordando el inicio de esa aventura, esas horas tan locas, tan apasionadas, tan perfectas… tan divertidas. Se dirigió al  baño, se mojó la cara y se vio al espejo. Por primera vez en mucho tiempo su sonrisa era verdadera, en realidad se sentía pleno y feliz.  Bebió agua, y luego regreso a la cama junto a ella. Su largo cabello negro estaba esparcido con gracia y naturalidad sobre la almohada y el edredón. Eso era lo que más le gustaba de ella,  ese encanto natural, una pasión innata; que fuese diferente. 
Recordó una escena similar hacia unos meses atrás; a si mismo besando a una completa desconocida, subiéndola a su auto, entrando en el departamento, quitándole la ropa… y en su  mente los recuerdos de otra; esa chica que había dejado ir, esa que aún amaba y que había perdido... en otra menos en la que tenía en frente, a la que le hacia el amor… No, corrección, con la que estaba teniendo sexo. Y mientras la desconocida lo cubría de besos embriagados en whisky, Alex sentía como si fuese Vanessa quien lo estuviese besando, y soñaba vívidamente con la única vez que estuvieron juntos, para no verse nunca más, recordando cada instante, cada momento, sintiéndola como suya aún.
Vanessa, su primer gran amor, su primera mujer. Se conocieron cuando ella tenía veinticinco años y trabajaba en el instituto dando clases de Literatura, en ese entonces, él contaba con diecisiete años, inmaduro, e infantil, pero a la vez tierno e inocente, se enamoró de ella desde el primer día; un quince de octubre. Alex sentía como aun su corazón se aceleraba de recordar el sonido de sus tacones altos el piso de madera, el vestido negro que, aunque muy recatado,  delineaba su figura y dejaba entrever sus pantorrillas. Su cabello negro estaba recogido en una cola de caballo, resaltando sus ojos profundos y oscuros como dos túneles perfectos de desconocido destino; los labios color de rosa, el lunar en su mentón… para Alex ella era un ángel que había llegado para llevarlo directamente al paraíso. Vanessa dejo sobre la mesa los libros que llevaba y se presentó a la clase.
-Buenas tardes, mi nombre es Vanessa Straker, y sere su nueva maestra de literatura.
Mientras ella decía esas palabras Alex deliraba con acercarse a ella, hipnotizado por la mujer que estaba frente a él. La clase avanzó sin que él saliera de su trance, se encontraba aturdido por ella, y la quería sólo para él. Esa misma tarde ideo un plan para conversar con ella, y así tener el espacio para conquistarla. Su mente dio mil vueltas a ese cometido durante varias horas, hasta que recordó algo que le venía como anillo al dedo. Al día siguiente, antes de entrar a clases, la busco y le hablo.
Para ella, él era su alumno, aunque le llamo la atención la manera en que la miraba, como si la venerase.
-Señorita Vanessa, buenos días.
-Buenos días emm...
-Alex, ni nombre es Alex.
-Bueno, dígame, en que puedo ayudarle.
-Verá, lo que ocurre es que, aquí,  tenemos un club de teatro, pero no tenemos director, así que como usted es la maestra de literatura, pensamos que quizá… querría colaborar.
Vanessa sonrió con complacencia. El joven Alex era muy apuesto, no podía negarlo: buen porte, piel trigueña, espalda ancha, cabello corto y oscuro, finas facciones, labios delgados y ojos profundos. Todo un adonis, una tentación difícil de resistir.
-Sí, por supuesto, me encantaría.
-Perfecto maestra, muchas gracias, nos reunimos los días miércoles en el auditorio, después de clases. Allí nos vemos.
 Y era cierto. El anterior profesor, el señor Bins, no quiso participar del grupo de teatro, por lo que no se pudo hacer mucho más que redactar textos  y reparar escenografía dañada. El día anterior había hablado con el resto del club y todos coincidieron con él de que la  idea era buenísima. Alex no durmió aquella noche imaginado la tarde que pasaría con Vanessa al día siguiente, pensando en ella, en sus ojos, su cabello, en la perfección de su cuerpo…
Desde que la conoció Alex luchaba cada día por conquistarla, por conocerla aún más, por ser su amigo, y ella no se resistía a los continuos halagos de su alumno, que además de encantadores eran muy provocativos. Para ella Alex no era solo un estudiante, era un amigo, una mente despierta, hábil, un joven por el cual sentía mucha atracción y afecto, aunque sabía que no era adecuado, no podía dejar de sentirlo. Una tarde después de los ensayos, dos meses después de conocerse, se sentaron en una de las butacas para  arreglar  un guion
-No quiero faltarle al respeto, pero hay algo que quiero decirle desde hace mucho tiempo.
-No veo eso como una falta de respeto.
-Porque sabe cuáles son mis sentimientos hacia usted, los conoce desde hace mucho, y estoy seguro de que los comparte- dijo tomando su mano.
-Sí, los conozco, pero soy tu profesora, mayor que tú y eso no está bien.- dijo Vanessa, y al ver  como el rostro de Alex se volvía triste, continuo- sé que no es correcto, pero te correspondo
-¿Entonces puedo pedirte algo? Solo un beso, dame un beso Vanessa, por favor.
Ella lo miro a los ojos y se dio cuenta de que había mucha sinceridad en lo que decía. Ella lo tomo por el cuello de la camisa y viéndolo fijamente lo beso, con calma, ternura y mucha sensualidad. Fue un beso largo y placentero. Mientras ella acariciaba su cuello y rostro, él seguía acariciando sus manos con timidez.
-¿Estas casada, cierto?-pregunto Alex tocando la sortija en su mano.
-Sí, pero hace años que no van bien las cosas, me case demasiado joven y creo que no con el hombre correcto.- Contesto ella.- Pero quiero que entiendas que esto no debe saberlo nadie más que nosotros, no por mi bien, si no por el tuyo.
Alex le dedico una sonrisa.
Esa tarde él salió primero del instituto y espero a Vanessa a tres calles. Ella lo recogió en su auto y se fueron juntos a su departamento; su marido estaba de viaje y no llegaría hasta dentro de dos semanas. Aprovecharon esos momentos para verse sin que nadie les molestara, y fue su secreto durante varios meses. Cada tarde ella le daba las llaves de su auto, y allí Alex la esperaba para ir a algún lugar; un bar, una cafetería, el cine, el teatro o un parque escondido donde nadie los conociese. Cuando Alex cumplió su mayoría de edad, quiso celebrar con Vanessa de una manera muy especial; quería estar con ella, hacer el amor. Y tenía mucha razón cuando pesaba que sería algo que nunca olvidaría. Se encontraron en un cuarto de hotel, en una zona alejada de la ciudad, para no levantar sospechas, y pasaron juntos 7 horas maravillosas, empapadas de pasión y amor. Se quedaron dormidos cuando el sol ya estaba por caer, despertando cuando la luna estaba alta. Vanessa lo miraba dormir y le acariciaba el cabello con ternura para que se despertara, y enseñándole a los pies de la cama una bandeja con dos tazas de café y un pequeño pastel de cumpleaños. Pero esa felicidad no duraría para siempre.
Una tarde, Alex esperaba a Vanessa como de costumbre, en el estacionamiento del instituto y al divisarla, bajó el vidrio y le hizo una señal con la mano.  Cuando ella subió al auto lo beso en los labios con ternura, pero no sabía que alguien más estaba viendo esa escena. Su marido, espiaba receloso apoyado en el portón de salida. Mientras ellos se besaban, él se acercó con cautela y les golpeó el vidrio. Ella se asustó al verle y ambos se quedaron en estado de shock. Comenzó a cundir el pánico.
           -¡Vanessa! ¿Podrías explicarme que está pasando?-  le dijo él con tono exaltado. William Jones no era precisamente un hombre pacifico. Ella bajo inmediatamente del auto y trato de tranquilizarlo.
– Will, cálmate por favor, tú sabias que las cosas no iban bien, y pasó… simplemente me enamore, comprende.
– Eso no me molesta Vanessa, el punto es que me engañaste, y con uno de tus alumnos ¿Dónde está tu ética profesional?
Ella solo bajo la mirada, se acercó a Alex, que había bajado del auto también, y tomo su mano. Él la abrazo con fuerza. Estaban asustados, pero siempre supieron que llegaría el momento en que alguien se enterara de todo.
– No te preocupes, afrontaremos lo que sea, sabes que te quiero. No dejes que te quiten una sonrisa. Susurró él en su oído.
– Ven Vanessa, vámonos a casa ya, y deja de comportarte como una niña pequeña- dijo William tomándola por un brazo, pero ella se resistió.
– Contigo no iré a ninguna parte Will, lo que sea que debamos arreglar será aquí y ahora. Y no vuelvas a decirme lo que debo o no hacer porque, como tú dijiste, ya soy bastante grande como para saberlo.
– Como tú quieras nena, así será, por las malas- contesto Will, pero esta vez fue más lejos, tomándola con más fuerza por ambos brazos y quiso forzarla a caminar, entonces, llego el director de instituto.
El lio fue bastante más grande de lo que ambos imaginaron. Cuando los padres de Alex se enteraron de su romance con Vanessa, no quisieron que ella siguiera enseñando en el instituto, y menos que el estudiase allí. A Vanessa  por supuesto le entregaron su carta de despido inmediatamente.
A ella eso no le importó demasiado, solo debía buscar otro trabajo. Alex cambió de instituto, aunque solo le quedaban unos cuantos meses para acabarlo, pero se ganó un sinfín de problemas en su hogar, el más grave de todos, fue la imposición de su padre en su futuro universitario, y eso fue lo que más molestó a Vanessa.
            Su amor era fuerte, no se dejarían vencer tan fácilmente, así que decidieron seguir viéndose, a escondidas.
Una noche, huyeron de la ciudad. Emprendieron un viaje a una reserva natural, un bosque muy grande donde podrían pasar un lindo día. Vanessa conducía pacientemente, mientras Alex le acariciaba el rostro con dulzura. Cuando llegaron a lo que ellos consideraron prudente, aparcaron y bajaron a observar las estrellas. Esa noche querían ser solo ellos dos, conocerse más de los que ya se conocían dejar libre a su espíritu, abandonar el miedo a amar, a ser feliz... querían estar libres, sin un tercero que se diera autoridad para juzgarlos o condenarlos por amarse... Hicieron  que ese tiempo se detuviera con el solo hecho de quererlo. Así abrazados se durmieron profundamente y a la mañana siguiente, ella lo despertó con un beso en la frente.
– Alex... buenos días amor. – Susurro en su oído.
– Buenos días pequeña… – dijo él sonriendo.
La beso en los labios con ternura y pasión a la vez. Se recostaron en el césped,  sin dejar de hablarse en silencio... de escucharse los pensamientos, de darse cuenta de lo que quería el otro con solo verlo a los ojos, y luego volvieron a la ciudad, sin pensar siquiera que ya no volverían  a verse, al menos por largo tiempo.
Días después, a Vanessa le enviaron una propuesta de trabajo en otra ciudad, con un muy buen salario, y acepto de inmediato la oferta.  Cuando fue a despedirse de Alex, y a decirle que no se preocupara porque seguiría visitándolo, su madre fue  quien abrió la puerta.
            – Buenas tardes señora Foreman, ¿Podría ver a Alex un momento por favor? Sere muy breve, lo prometo –  Dijo ella con tono humilde.
            – Señorita Straker, lamento decirle que él no se encuentra, salió hace bastante rato con una jovencita y aún no ha vuelto – Mintió con descaro la madre de Alex – Pero si gusta puede dejarle un recado.
            – Dígale por favor que debo irme de la ciudad y que le llamaré por la noche. Gracias – Contestó ella algo aturdida por lo que la señora Foreman le acababa de decir.
            – Sí, claro, yo le daré su recado cuando llegue, aunque dudo que llegue esta noche.
            ­ – Adiós, gracias por su tiempo señora Foreman - Se subió a su coche, y se marchó, sin dejar de pensar ni un minuto en las palabras de aquella mujer.
“¿Será cierto?” se preguntaba cada minuto. Quizás sería mejor no importunarlo por un tiempo.
Y así lo hizo.
Para Alex todo fue muy difícil, jamás entendió porque Vanessa se fue  así de repente y sin despedirse, su madre, por supuesto, no le dijo nada de lo que ocurrió.
La incertidumbre y la duda se alojaron en su interior. La llamo innumerables veces, pero ella no le respondió. Dejó mensajes en su contestador, e-mails, cartas a su dirección, pero siempre le eran devueltas... luego de un tiempo dejó de insistir... aunque eso no evito que la siguiera recordando tanto o más que antes; sus labios delicados, su piel fina y suave, la decisión con que lo sedujo, el calor de su cuerpo al aire libre, bajo la luz de la luna, como habían hecho el amor... mas él sabía que no podía continuar así.
Intento sacarla de su mente saliendo con otras chicas, pero nada le daba resultados positivos. Trató y trató, pero nada de lo que hacia la mantenía alejada de su mente y de su corazón.
Pasaron seis años antes de que ellos volvieran a verse, seis años en los que no dejaron de amarse, ni de pensar el uno en el otro cada día. Entre tanto, Alex fue a la universidad; Licenciado en historia del arte. En su segundo año, arrendo un piso en el centro y trabajo de bar-man, atendiendo cajas en supermercados, paseando perros, en fin, hizo muchas cosas.  Al egresar, comenzó a trabajar en un museo, luego, dio clases en institutos y universidades de la zona; busco un departamento, e hizo su vida casi normalmente, pero nunca dejo de pensar en ella.
Un tres de diciembre, Alex salió de la universidad y se subió a su coche para ir a casa. Tomo la autopista central para llegar más de prisa y, en la primera luz roja del semáforo, encontró aquello que tanto quería. La ventanilla abierta su Aston Martin V12 pudo ver en el carril contiguo un DB9 Volante  de un negro radiante, y la persona que lo conducía no era otra que Vanessa.
Su corazón dio un salto inesperado.
– “Soy una marioneta del destino… ¿En realidad es ella? Sí, claro que es ella, podría reconocerla en cualquier parte, y esta vez no voy a dejarla ir. Pero ¿Qué hago? ¿Qué le digo?...”
Preguntas que no sabía cómo responder abrumaban la mente de Alex. Fijo su vista en ella, que no lo había visto aún, y un detalle llamo su atención y le dio la fuerza que necesita, su mano izquierda descansaba con naturalidad sobre el volante y, lo mas importante, ya no llevaba su anillo de casada.
Luz verde.
Alex piso a fondo el acelerador y adelanto a Vanessa. Se giró un poco y se atravesó en la carretera.
Vanessa salió de su auto inmediatamente, indignada porque alguna persona idiota se había atravesado en el camino y sin sospechar que podía ser Alex.
Al verlo, casi cae al suelo de la impresión, si saber que decir que hacer, como actuar, si subirse a su auto nuevamente o quedarse a platicar.
– Hola… - Dijo Alex
– Hola Alex, ¿Cómo estás? – Contestó ella con nerviosismo. ¿Por qué el destino ponía a Alex de nuevo en el camino? No lo sabía… y como saberlo. Solo se dio cuenta de que a pesar de todo el tiempo que había pasado, aún sentía amor por él y que lo mejor era hablar las cosas.
– Yo… bastante bien, ¿y tú? – Preguntó él sin dejar de verla a los ojos. Una lágrima cayó por esas mejillas pálidas.
Entonces ya no aguantó más, corrió de inmediato a ella y la abrazó con fuerza. Vanessa le respondió el abrazo revolviéndole el cabello con ternura; aquella pasión que tenían desde el primer momento nunca había muerto, seguía ardiendo en su interior con más intensidad.
– No sabes cuánto te he esperado... – le susurró Alex al oído. – creí que me habías dejado para siempre y que nunca volvería a tenerte  a mi lado. Vanessa lo miró con sorpresa.
            – ¿Cómo? Yo creí que tú ya no querías verme y por eso pedí el traslado. Fui un día a buscarte a tu casa y tu madre me dijo que habías salido de paseo con tu novia y que no volverías temprano. Entonces me volví loca de celos... pensé que todo ese tiempo sólo habías jugado conmigo y eso me dio rabia, además tú eras joven y tenías derecho de estar con una mujer de tu edad y... – se detuvo al ver que Alex sonreía de pronto. – ¿Qué? ¿De qué te ríes?
            – Tonta... Yo siempre te he querido sólo a ti. Y no te miento ha habido otras mujeres en mi vida pero ninguna como tú, porque con las otras estaba sólo para tener sexo, a ti te he amado siempre y te recordaba en todo momento y lugar.
            Se fueron a tomar una café para conversar de todo lo que tenían pendiente (seis años no pasan en vano)  y luego acabaron en el departamento de Alex.
            Él acarició el cabello negro y largo de Vanessa  que estaba desparramado con gracia sobre el edredón, mientras ella abría lentamente los ojos  y le sonreía con dulzura. Alex le tomo la mano y le devolvió la sonrisa. Dentro de él había algo nuevo, un sentimiento de felicidad que lo inundaba ya que estaba otra vez con Vanessa pese a todo, ella se había divorciado y continuaba dando clases, según dijo. La contempló allí a su lado y la besó tiernamente en los labios en señal de amor. Por fin estaban de nuevo juntos y nada los separaría. A pesar de todos los problemas Vanessa estaba allí junto a él, no sabía hasta cuando, lo único que sabía era que la amaba y que el amor que le tenía era más fuerte que cualquier dificultad, ya vería con el paso del tiempo si todo resultaba bien.

Fin

septiembre 01, 2010

Memorias de una Luna Llena III

III

El viento entraba con violencia por la ventana completamente abierta de mi habitación. Sentada en el suelo junto a la cama  presionaba con fuerza mi brazo izquierdo para evitar que saliera más sangre. Las cortinas color pastel se agitaban con fuerza frente a mi rostro, mientras la sangre seguía saliendo por montones, la sabana con la que cubría la herida ya estaba empapada y las gotitas rojas manchaban con gracia la alfombra.
El dolor era abrumador e intenso; me encontraba asustada. Mi cabeza daba mil vueltas, estaba perdiendo demasiada sangre. La herida era profunda, casi doce centímetros a lo largo del antebrazo y el abre cartas a mi lado bañado en sangre. “Tal vez pase a llevar una arteria o una vena importante” –pensé- “aunque ahora, ya da igual…”.
Hice un esfuerzo, abrí un cajón, saque una camiseta y la amarré con fuerza en mi brazo. “bien eso detendrá un poco la hemorragia” –pensé nuevamente. Intenté ponerme de pie, pero caí al suelo de inmediato. Estaba muy mareada, y distinguía los pequeños puntos brillantes, que mi mente me hizo ver, en torno a los extrañamente iluminados objetos, así que preferí cerrar los ojos. Me costaba respirar, más aun cuando recordaba  cada parte de este apestoso día, comenzando por la  noche anterior:
Para variar el insomnio no me dejó descansar, así que puse una película en el DVD para ver si me quedaba dormida con eso. Cuatro y cincuenta y siete a.m. y yo sin conciliar el sueño. No pasó mucho tiempo de eso cuando la luz azul del DVD desaparece y me sentí caminar por un sendero empedrado, a un lado del camino los árboles frutales lucían perfectos bajo la luz del atardecer. El sol caía en el horizonte dando paso a la oscuridad, pero no a la luna ni a las estrellas. Al mirar mis pies me di cuenta de que estaba descalza, y cada paso era doloroso. Luego ya no pude ver nada. La oscuridad reinó en ese lugar que hacía un momento era un paraíso, y a pesar de que el sol ya no estaba, el calor era sofocante, intenso y asfixiante… tan asfixiante que no me dejaba respirar.
Entré en una crisis, sin poder respirar y tampoco ver nada…
De pronto, apareció algo luminoso: de la punta de mis dedos saltaban chispas de fuego; pequeñas llamas que quemaban mis manos, brazos, pecho y rostro. Al apoyarme en un árbol, las chispas encendieron su follaje, y a mí con él, iniciándose una gran llamarada. Las quemaduras empeoraron, y con ellas el dolor. La piel se ardía en mis huesos, consumiéndose, retorciéndose, dejando marcas profundas, abundaba la sangre… Mi cuerpo se agitaba violentamente intentando apagar las llamas, pero nada era suficiente, nada era útil.
La desesperación de no saber qué hacer, ese cumulo de dolor, el humo gris entrando a mis pulmones, el verme envuelta en las llamas... todo eso me hizo gritar y aullar del miedo, pedir ayuda... pero sabía que pronto vendría el final, solo quería que llegara ese final y que se agotara el sufrimiento. ¡¡Quise morir de una vez!!

Segundos después la luz volvió a apagarse.
Desperté de la pesadilla gritando descontrolada, sudando y llorando. Me senté en la cama, tratando de respirar profundo y contener los gritos en mi pecho. “Solo fue un sueño- pensé- una horrible pesadilla”. La pantalla del televisor estaba azul. Tome el mando a distancia y la apague. Para mi sorpresa, la habitación quedo débilmente iluminada. Dirigí la vista al reloj despertador y ¡Sorpresa!: siete y veintitrés a.m. Me levante de la cama y di un par de vueltas por la habitación.
Nuevamente el rostro de James acudió a mi cabeza; Era el eco en una mansión vacía. Las imágenes de nuestro último encuentro se sentían como disparos en mi pecho que iban cada vez más profundo. Acudió otra vez la agonía interminable y no pude controlar las lágrimas. Caminé de  vuelta a la cama  en busca de algo de tranquilidad, para dormir un poco, aunque fue inútil.
A las diez y treinta decidí que debía levantarme. “Que irónico, cuando quiero que el tiempo se pase rápido solo consigo que cada minuto pase más lento que el anterior” Pensé.
A pesar de saber lo que haría esa tarde y de haber meditado mucho la decisión, los nervios se quedaron en mi estómago, provocándome nauseas. Antes de partir, me cerciore de que todo estaba en perfecto orden, me di un largo y relajante baño, busqué con detenimiento la ropa adecuada, me vestí, maquillé y cuando acabe con eso, me deje caer al suelo y allí me senté durante largo rato. No pude comer nada, de solo pensar en la comida todo me daba vueltas. Las horas pasaron muy lentamente.
“¿Será prudente?” me pregunte más de una vez, pero siempre terminaba contestándome “No voy a saberlo si no lo intento”.  Por fin el reloj marco las tres con cuarenta y cinco de la tarde, una hora prudente para emprender la marcha. Saque la carta que había escrito hacía tiempo, la guarde en mi bolso y salí. Subí al autobús que me llevaría directamente allá.
Más de una hora de viaje por toda la ciudad, en autobús, con el estómago revuelto y una mano en mi pecho encerrando el colgante en forma de corazón que llevaba su nombre y la estrella azul de seis puntas, mi favorita. Mi corazón latía con fuerza al comenzar la cuenta regresiva. Cinco. El calor allí dentro era sofocante, pude ver por la ventana el puente blanco y las olas golpeando en la orilla de la playa. Cuatro. Me sentí mareada, tal vez porque no comí nada o tal vez eran los nervios. Tres. En las plazas y parques solo había parejas de enamorados recorriéndolas. La tienda de frutas no ha cambiado nada en estos dos meses. Dos. ¿En realidad era buena idea? “será mejor que deje de hacerme la valiente” me dije. “Tal vez acabe perdida”. Uno. A lo lejos distinguí el lugar en donde debía bajar, mis músculos se tensaron, no sabía qué hacer. ¿Bajar? Ya estaba allí, no tenía sentido devolverme a casa. Con todo el cuerpo temblando detuve el autobús y bajé.
Hacía mucho calor. Las personas que transitaban por esa avenida se dirigían a la playa para refrescarse. Revise la dirección que tenía anotada y caminé calle abajo. Sabía que podría llegar, mi sentido de la orientación nunca me fallaba. Mientras caminaba mi cabeza daba mil vueltas, quise cambiar de rumbo varias veces e irme a casa, pero si no hacía lo que debía, me arrepentiría siempre (y teniendo en cuanta que no suelo arrepentirme de las cosas, eso es decir demasiado). Después de unos minutos llegue por fin a mi destino. Respire profundamente. “Todo saldrá bien” me dije. El rojo de los geranios resaltaba contra el beige de las paredes de la casa, me arme de valor y toque el timbre: Un joven de piel morena abrió la puerta:
-Hola ¿Se encuentra James?- pregunte, casi sin voz.
-Sí, entra si quieres y espéralo adentro.- contesto amablemente el joven, pero no aceptaría esa invitación.
-No gracias, lo espero aquí.- Dije, con timidez. Me costaba hablar, el volumen de mi voz era apenas audible. El joven sonrió y fue adentro a buscarlo.
Cuando James apareció en la puerta y me vio, la expresión que adopto su rostro fue indescriptible, parecía que había visto un fantasma, pero luego una leve sonrisa surco sus labios y se dirigió hacia mí.
-Hola Kim- dijo besando mi mejilla sin quitar la extraña expresión. Yo no pude contestar más que con un movimiento de muñeca ya que las palabras estaban atascadas en mi garganta.
-James- Dije por fin. Nos miramos fijamente por un rato, pero yo estaba tan avergonzada que bajé la vista. “tanto planear esto y no me salen todas las palabras que quiero decirle” pensé. Cuando volví a mirarlo, note algunos cambios en su fisionomía, pero seguía siendo de mi agrado (lo cual, sin duda, era un peligro para mi) Su cabello estaba mucho más largo, despeinado y además había cambiado de color: Azul, nuestro favorito… Apreté el sobre que tenía en las manos.
-Esto es para ti-  dije mostrándole la carta y entregándosela. “Me tardé más de un mes en decidir si venir o no, y ahora no puedo decir nada” pensé de mala gana.
-Gracias- Me contestó con expresión ambigua, no supe si sentía nostalgia tristeza, algo de gozo o simplemente ganas de que desapareciera de allí.
-De nada- respondí casi al instante- Yo… solo quería… despe…dirme. Solté entrecortadamente, sintiendo como tras las gafas oscuras caían las lágrimas.
Hubo otro silencio tortuoso e inevitablemente largo. Sus ojos continuaban viéndome con esa expresión ambigua que no se si era nostalgia tristeza o rabia, pero lo que fuera, hizo que se comportara con extrema frialdad, lo que me lastimó muchísimo.
-Será mejor que me vaya…
-Espera… por favor- dijo con tono suplicante e irresistible, mientras sujetaba mi antebrazo, solo para continuar hipnotizándome con sus ojos de ámbar. Algo en esa mirada había cambiado en el último minuto, sentí miedo y baje la vista. En mi pecho estaba la estrella azul de seis puntas, y con cuidado me la quité para ponerla sobre sus dedos fríos. El me miró sorprendido.
-Quiero que te quedes con esto...
-¿Estas segura? Es tu favorita, la llevas siempre.
-Lo sé, por eso, quédatela, así podrás recordarme.
Nos quedamos unos instantes tomados por los dedos, como era nuestra costumbre, antes. Eso estaba lastimándome más de lo que debía y, lo peor, no estaba teniendo el efecto que yo pretendía cuando decidí  ir.
-Creo que es momento de que me vaya- Dije otra vez, pero James no soltaba mi mano, sin dejar de acariciarle el dorso con su pulgar derecho. Pude verme reflejada en sus ojos sin saber lo que sentía, y a la vez sin querer saberlo. Me dio la impresión de que se sentía muy incómodo por mi presencia y a pesar de que le agradaba que estuviese allí,  una parte de él quería que me fuera rápidamente y no volviera, aunque no pudiera dejarme ir. Las lágrimas llenaron mis ojos otra vez, pero ahora con mayor intensidad. Lo abracé con mucha fuerza; esa sería la última vez que nos veríamos, nuestra despedida.
Puse una mano en su cabello, deslizándola hasta llegar al cuello. Se había dejado crecer la barba (Alerta de peligro inminente) Mi pulgar toco sus labios y de golpe vinieron a más recuerdos que me hicieron llorar. Lentamente, fui acercándome, dude unos segundos pero, ¿Qué más podía perder? Así que, con decisión, le mire fijamente, cerré los ojos y lo besé. Presione mis labios contra los suyos en busca de un indicio, de algo que me dijera que aún me amaba, mas no hubo nada, ni siquiera respondió a mi beso. Abrí los ojos y pude darme cuenta de que había cerrado los suyos. Con el rostro lleno de lágrimas y un nudo en la garganta solté un ahogado “Adiós”, quite mis manos de su rostro y me di la vuelta. En mi interior deseaba que me detuviera, pero no lo hizo. Caminé por el empedrado sin voltear esperando su llamada, la cual nunca apareció y en su lugar solo pude oír el sonido de la puerta cerrándose tras de mí.
Apreté los ojos y comencé a correr a la parada del autobús… sin dejar de llorar. Me sentía como una estúpida, una ridícula enamorada que espera por un hombre que pensaba irse  y que pude constatar, no me quería y nunca lo había hecho. Volvió a mi pecho ese dolor constante, que me dificultaba respirar, me quemaba.
Cuando baje del autobús, cerca de casa, caminé sin rumbo durante largo rato, sumida en un letargo sin nombre, pensando en la tarde con James, en su reacción
Darme un baño de agua caliente ayudaría a que me relajara. Prepare la bañera y me sumergí por largo rato. Deje que mi mente flotara, y visité en mi memoria aquellos días en que me recordaba feliz, y a la vez, que era lo que me hacía feliz. “Estaba con James” me respondí varias veces.
El espejo empañado me indico que ya era hora de salir de la bañera, pero me hallaba igual de tensa que cuando entré; mis músculos seguían tensos, la jaqueca se incrementaba y lo peor, el dolor de mi pecho que no me dejaba respirar, ahora me asfixiaba y quemaba, me daba la impresión de que una estaca al rojo vivo entrara y saliera por todo mi pecho, provocándome el dolor que padecía.
Me envolví en la toalla y subí con pesar las escaleras. Al llegar a la habitación mis piernas se hicieron de gelatina, tuve que sujetarme del umbral para no golpearme contra el suelo. “¿Podre dormir algo esta noche?” le pregunte a mi subconsciente “Lo dudo” contesto. Me arrastre hasta la cama y me quede allí tendida con los ojos abiertos, inerte y llorando durante lo que me parecieron muchas horas.
Cuando ya no soportaba más el dolor recordé algo que leí una vez, y decía que si tienes un dolor que no puedes sanar, debes buscar otro que lo supere y desvíe tu atención. Entonces sin pensarlo dos veces tome el abre cartas del escritorio y me hice un corte en el antebrazo izquierdo. Ardió, sí, pero no fue suficiente para mi propósito. Pase el abre cartas más de 7 veces por la herida, para cuando me di cuenta ya la sangre salía a montones. Me levante y abrí la ventana de par en par, hacía una noche preciosa, tome la sabana, la puse sobre la herida y me senté en el suelo a esperar que la sangre dejara de salir, pero nunca pasó...
El viento entraba con violencia por la ventana completamente abierta de mi habitación. Sentada en el suelo junto a la cama  presionaba con fuerza mi brazo izquierdo para evitar que saliera más sangre. Hice un esfuerzo, abrí un cajón, saque una camiseta y la amarré con fuerza en mi brazo. “bien eso detendrá un poco la hemorragia” –pensé nuevamente. Intenté ponerme de pie, pero caí al suelo de inmediato. Estaba muy mareada, y distinguía los pequeños puntos brillantes, que mi mente me hizo ver, en torno a los extrañamente iluminados objetos, así que preferí cerrar los ojos. De pronto me vi caminar nuevamente por aquel sendero empedrado, a un lado los árboles frutales lucían perfectos bajo la luz del atardecer que se colaba por entre las ramas. Al mirar mis pies me di cuenta de que estaba descalza. El sol caía en el horizonte dando paso a la oscuridad, pero no a la luna ni a las estrellas. Luego ya no pude ver nada. La oscuridad reinó en ese lugar que hacía un momento era un paraíso. Por un momento me invadió el terror de solo pensar en que mi pesadilla podía repetirse, solo que ahora me sentía diferente. Caminé inmersa en la oscuridad, tranquila, sin ese extraño miedo, ni el calor, podía percibir lo helado de las piedras lisas del suelo, el aire fresco...poco a poco una bruma comenzó a envolverme, una bruma suave que variaba del azul a celeste y viceversa, que luego se detuvo para degradar en un blanco deslumbrante,  radiante. Retrocedí unos pasos y me detuve al tocar el tronco de un árbol iluminado por esa bruma blanca, un fuerte viento comenzó a soplar, pero la luz de la bruma no se extinguía, por el contrario, era más y más potente, hasta que me encandiló y cerré los ojos. Parpadee unas cuantas veces al creer que continuaba dormida, ya que no reconocí el ambiente: una habitación de pareces blancas, una ventana cercana con persianas, por las que se colaban rayitos de sol, unas cuantas sillas, un televisor en alto, la mesita de noche en tono pastel tenía encima un vaso de agua, la cama extrañamente alta, y los paneles en tonos verdosos. Era un cuarto de hospital. De inmediato me exalté, Tenía el brazo izquierdo fuertemente vendado, adormecido y adolorido. “¿Cómo llegue hasta aquí?” Me pregunté, y la respuesta a esa pregunta llegó segundos después.
Sentado en un sillón junto a mi cama, tapado con una manta delgada, el cuello torcido y profundamente dormido se hallaba James. Por mi mente se pasaron mil ideas, cada una más incoherente que la anterior, pero no podía explicarme que era lo que hacía James en el hospital, conmigo. La cabeza me daba vueltas, ¿cómo había llegado al hospital? ¿Porque james estaba allí? Había tantas preguntas y ninguna respuesta... Lo último que recordaba era mi brazo ensangrentado, y al sentarme en el suelo... Solo eso. Entonces despertó James, parpadeo un par de veces y al ver que yo lo miraba se levantó de un salto y se acercó a mí. Pasó una mano por su cabello despeinado, largo y azul.
-Kim... Qué bueno que despiertas- dijo con un hilo de voz, pero se notaba un tono de alivio.- Me tenías preocupado.
Yo guardé silencio. Lo miré a los ojos y me di cuenta de que estaban hinchados y tenía muchas ojeras. También traía puesta la misma ropa que el día anterior.
-¿Cómo llegue aquí?- pregunte luego de un rato. - ¿Por qué estás aquí, James?
Él guardo silencio unos segundos, su mirada se clavó en el suelo y pude ver como brillaban sus ojos a causa de las lágrimas.
-Cuando fuiste a verme, me sorprendiste mucho, no creí que te vería de nuevo y... de pronto estabas allí, frente a mí, me diste esa carta y me besaste. No supe que hacer. Por un lado quería que el tiempo se detuviera y quedarme allí contigo para siempre, y por otro quería que te fueras, no porque me molestara tu presencia, sino porque sabía que me marcharía, y la despedida era nociva para ambos; por eso no te seguí cuando te fuiste.- confesó. Nos miramos unos segundos, pero mis ojos se llenaron de lágrimas y bajé la vista.
-Luego, me quede largo rato en mi cuarto, pensando en ti, en lo nuestro. Al verte llorar me sentí muy mal y recordé todo lo que vivimos juntos, lo mucho que nos quisimos, lo mucho que aún te quiero... y decidí no perderte otra vez. Algo dentro de mí me decía que estarías en tu casa, así que tome las llaves que me dejaste y fui a buscarte. Entré gritando tu nombre, pero no respondiste a mi llamada. Pensé que estabas dormida y fui a tu habitación. Te encontré en el suelo inconsciente, con una camiseta atada a tu brazo lleno de sangre, el abre cartas a tu lado, también ensangrentado... tuve mucho miedo, te tome en mis brazos, te subí al auto y te traje aquí, rogando por que no fuese demasiado tarde. Llegue a creer... que... no despertarías- Se detuvo un momento respiró hondo.
No pude evitar el romper a llorar. Después de todo, si me quería. Una serie de sentimientos se agruparon en mi pecho, desde la culpa por haber ido a su casa, hasta la dicha de saber que él me amaba.
-¿De verdad me quieres? ¿No me olvidaste?
-Mucho más que eso Kim, te amo, te necesito...
Guardamos silencio. Pasó una mano por mi cabello, mientras me recorría con sus ojos de ámbar y luego, detuvo la vista en mi brazo vendado.
-¿Qué trataste de hacer, Kim? ¿Querías matarte?- me dijo ahora algo más enojado.
Pude sentir como la sangre subía a mis mejillas, me daba vergüenza admitir que ni yo misma sabía porque había hecho lo que hice. Sé que me dejé llevar por el dolor, por la tristeza y la angustia... quizás, una parte de mí ya no quería seguir viviendo, aunque no era la parte consiente.
-Es una larga historia James, muy confusa, hasta para mí. Ni yo misma me puedo explicar esta situación, solo te puedo decir que no esperaba acabar aquí.- conteste finalmente.-Solo sé que me alegra que estés aquí.
-Estaré a tu lado siempre; intenté alejarme y no me fue posible. No volveré a dejarte.
-¿Qué pasará con tu viaje?
-No lo sé, no tengo idea de que haré, pero lo que haga lo hare contigo.- afirmó.  Entonces me di cuenta de que aunque nuestros destinos fuesen inciertos, estaríamos juntos, tal vez no para siempre, pero no dejaremos de velar por que el amor siga vivo y fuerte.
Esos ojos de ámbar por fin estaban decididos, y vi al James del que me enamoré: Al que lucha por lo que quiere, al que tiene convicciones, sueños, al que no se deja vencer, y sobre todo, al que me demuestra su amor.
Quizás me iría con él, quizás él se quedaría conmigo... lo que era seguro, era que nos queríamos.
Él tomo mi mano, y por primera vez en mucho tiempo fui capaz de sonreír sinceramente.
Estaba segura de que esa noche el insomnio desaparecería, al igual que las pesadillas.