septiembre 01, 2010

Memorias de una Luna Llena III

III

El viento entraba con violencia por la ventana completamente abierta de mi habitación. Sentada en el suelo junto a la cama  presionaba con fuerza mi brazo izquierdo para evitar que saliera más sangre. Las cortinas color pastel se agitaban con fuerza frente a mi rostro, mientras la sangre seguía saliendo por montones, la sabana con la que cubría la herida ya estaba empapada y las gotitas rojas manchaban con gracia la alfombra.
El dolor era abrumador e intenso; me encontraba asustada. Mi cabeza daba mil vueltas, estaba perdiendo demasiada sangre. La herida era profunda, casi doce centímetros a lo largo del antebrazo y el abre cartas a mi lado bañado en sangre. “Tal vez pase a llevar una arteria o una vena importante” –pensé- “aunque ahora, ya da igual…”.
Hice un esfuerzo, abrí un cajón, saque una camiseta y la amarré con fuerza en mi brazo. “bien eso detendrá un poco la hemorragia” –pensé nuevamente. Intenté ponerme de pie, pero caí al suelo de inmediato. Estaba muy mareada, y distinguía los pequeños puntos brillantes, que mi mente me hizo ver, en torno a los extrañamente iluminados objetos, así que preferí cerrar los ojos. Me costaba respirar, más aun cuando recordaba  cada parte de este apestoso día, comenzando por la  noche anterior:
Para variar el insomnio no me dejó descansar, así que puse una película en el DVD para ver si me quedaba dormida con eso. Cuatro y cincuenta y siete a.m. y yo sin conciliar el sueño. No pasó mucho tiempo de eso cuando la luz azul del DVD desaparece y me sentí caminar por un sendero empedrado, a un lado del camino los árboles frutales lucían perfectos bajo la luz del atardecer. El sol caía en el horizonte dando paso a la oscuridad, pero no a la luna ni a las estrellas. Al mirar mis pies me di cuenta de que estaba descalza, y cada paso era doloroso. Luego ya no pude ver nada. La oscuridad reinó en ese lugar que hacía un momento era un paraíso, y a pesar de que el sol ya no estaba, el calor era sofocante, intenso y asfixiante… tan asfixiante que no me dejaba respirar.
Entré en una crisis, sin poder respirar y tampoco ver nada…
De pronto, apareció algo luminoso: de la punta de mis dedos saltaban chispas de fuego; pequeñas llamas que quemaban mis manos, brazos, pecho y rostro. Al apoyarme en un árbol, las chispas encendieron su follaje, y a mí con él, iniciándose una gran llamarada. Las quemaduras empeoraron, y con ellas el dolor. La piel se ardía en mis huesos, consumiéndose, retorciéndose, dejando marcas profundas, abundaba la sangre… Mi cuerpo se agitaba violentamente intentando apagar las llamas, pero nada era suficiente, nada era útil.
La desesperación de no saber qué hacer, ese cumulo de dolor, el humo gris entrando a mis pulmones, el verme envuelta en las llamas... todo eso me hizo gritar y aullar del miedo, pedir ayuda... pero sabía que pronto vendría el final, solo quería que llegara ese final y que se agotara el sufrimiento. ¡¡Quise morir de una vez!!

Segundos después la luz volvió a apagarse.
Desperté de la pesadilla gritando descontrolada, sudando y llorando. Me senté en la cama, tratando de respirar profundo y contener los gritos en mi pecho. “Solo fue un sueño- pensé- una horrible pesadilla”. La pantalla del televisor estaba azul. Tome el mando a distancia y la apague. Para mi sorpresa, la habitación quedo débilmente iluminada. Dirigí la vista al reloj despertador y ¡Sorpresa!: siete y veintitrés a.m. Me levante de la cama y di un par de vueltas por la habitación.
Nuevamente el rostro de James acudió a mi cabeza; Era el eco en una mansión vacía. Las imágenes de nuestro último encuentro se sentían como disparos en mi pecho que iban cada vez más profundo. Acudió otra vez la agonía interminable y no pude controlar las lágrimas. Caminé de  vuelta a la cama  en busca de algo de tranquilidad, para dormir un poco, aunque fue inútil.
A las diez y treinta decidí que debía levantarme. “Que irónico, cuando quiero que el tiempo se pase rápido solo consigo que cada minuto pase más lento que el anterior” Pensé.
A pesar de saber lo que haría esa tarde y de haber meditado mucho la decisión, los nervios se quedaron en mi estómago, provocándome nauseas. Antes de partir, me cerciore de que todo estaba en perfecto orden, me di un largo y relajante baño, busqué con detenimiento la ropa adecuada, me vestí, maquillé y cuando acabe con eso, me deje caer al suelo y allí me senté durante largo rato. No pude comer nada, de solo pensar en la comida todo me daba vueltas. Las horas pasaron muy lentamente.
“¿Será prudente?” me pregunte más de una vez, pero siempre terminaba contestándome “No voy a saberlo si no lo intento”.  Por fin el reloj marco las tres con cuarenta y cinco de la tarde, una hora prudente para emprender la marcha. Saque la carta que había escrito hacía tiempo, la guarde en mi bolso y salí. Subí al autobús que me llevaría directamente allá.
Más de una hora de viaje por toda la ciudad, en autobús, con el estómago revuelto y una mano en mi pecho encerrando el colgante en forma de corazón que llevaba su nombre y la estrella azul de seis puntas, mi favorita. Mi corazón latía con fuerza al comenzar la cuenta regresiva. Cinco. El calor allí dentro era sofocante, pude ver por la ventana el puente blanco y las olas golpeando en la orilla de la playa. Cuatro. Me sentí mareada, tal vez porque no comí nada o tal vez eran los nervios. Tres. En las plazas y parques solo había parejas de enamorados recorriéndolas. La tienda de frutas no ha cambiado nada en estos dos meses. Dos. ¿En realidad era buena idea? “será mejor que deje de hacerme la valiente” me dije. “Tal vez acabe perdida”. Uno. A lo lejos distinguí el lugar en donde debía bajar, mis músculos se tensaron, no sabía qué hacer. ¿Bajar? Ya estaba allí, no tenía sentido devolverme a casa. Con todo el cuerpo temblando detuve el autobús y bajé.
Hacía mucho calor. Las personas que transitaban por esa avenida se dirigían a la playa para refrescarse. Revise la dirección que tenía anotada y caminé calle abajo. Sabía que podría llegar, mi sentido de la orientación nunca me fallaba. Mientras caminaba mi cabeza daba mil vueltas, quise cambiar de rumbo varias veces e irme a casa, pero si no hacía lo que debía, me arrepentiría siempre (y teniendo en cuanta que no suelo arrepentirme de las cosas, eso es decir demasiado). Después de unos minutos llegue por fin a mi destino. Respire profundamente. “Todo saldrá bien” me dije. El rojo de los geranios resaltaba contra el beige de las paredes de la casa, me arme de valor y toque el timbre: Un joven de piel morena abrió la puerta:
-Hola ¿Se encuentra James?- pregunte, casi sin voz.
-Sí, entra si quieres y espéralo adentro.- contesto amablemente el joven, pero no aceptaría esa invitación.
-No gracias, lo espero aquí.- Dije, con timidez. Me costaba hablar, el volumen de mi voz era apenas audible. El joven sonrió y fue adentro a buscarlo.
Cuando James apareció en la puerta y me vio, la expresión que adopto su rostro fue indescriptible, parecía que había visto un fantasma, pero luego una leve sonrisa surco sus labios y se dirigió hacia mí.
-Hola Kim- dijo besando mi mejilla sin quitar la extraña expresión. Yo no pude contestar más que con un movimiento de muñeca ya que las palabras estaban atascadas en mi garganta.
-James- Dije por fin. Nos miramos fijamente por un rato, pero yo estaba tan avergonzada que bajé la vista. “tanto planear esto y no me salen todas las palabras que quiero decirle” pensé. Cuando volví a mirarlo, note algunos cambios en su fisionomía, pero seguía siendo de mi agrado (lo cual, sin duda, era un peligro para mi) Su cabello estaba mucho más largo, despeinado y además había cambiado de color: Azul, nuestro favorito… Apreté el sobre que tenía en las manos.
-Esto es para ti-  dije mostrándole la carta y entregándosela. “Me tardé más de un mes en decidir si venir o no, y ahora no puedo decir nada” pensé de mala gana.
-Gracias- Me contestó con expresión ambigua, no supe si sentía nostalgia tristeza, algo de gozo o simplemente ganas de que desapareciera de allí.
-De nada- respondí casi al instante- Yo… solo quería… despe…dirme. Solté entrecortadamente, sintiendo como tras las gafas oscuras caían las lágrimas.
Hubo otro silencio tortuoso e inevitablemente largo. Sus ojos continuaban viéndome con esa expresión ambigua que no se si era nostalgia tristeza o rabia, pero lo que fuera, hizo que se comportara con extrema frialdad, lo que me lastimó muchísimo.
-Será mejor que me vaya…
-Espera… por favor- dijo con tono suplicante e irresistible, mientras sujetaba mi antebrazo, solo para continuar hipnotizándome con sus ojos de ámbar. Algo en esa mirada había cambiado en el último minuto, sentí miedo y baje la vista. En mi pecho estaba la estrella azul de seis puntas, y con cuidado me la quité para ponerla sobre sus dedos fríos. El me miró sorprendido.
-Quiero que te quedes con esto...
-¿Estas segura? Es tu favorita, la llevas siempre.
-Lo sé, por eso, quédatela, así podrás recordarme.
Nos quedamos unos instantes tomados por los dedos, como era nuestra costumbre, antes. Eso estaba lastimándome más de lo que debía y, lo peor, no estaba teniendo el efecto que yo pretendía cuando decidí  ir.
-Creo que es momento de que me vaya- Dije otra vez, pero James no soltaba mi mano, sin dejar de acariciarle el dorso con su pulgar derecho. Pude verme reflejada en sus ojos sin saber lo que sentía, y a la vez sin querer saberlo. Me dio la impresión de que se sentía muy incómodo por mi presencia y a pesar de que le agradaba que estuviese allí,  una parte de él quería que me fuera rápidamente y no volviera, aunque no pudiera dejarme ir. Las lágrimas llenaron mis ojos otra vez, pero ahora con mayor intensidad. Lo abracé con mucha fuerza; esa sería la última vez que nos veríamos, nuestra despedida.
Puse una mano en su cabello, deslizándola hasta llegar al cuello. Se había dejado crecer la barba (Alerta de peligro inminente) Mi pulgar toco sus labios y de golpe vinieron a más recuerdos que me hicieron llorar. Lentamente, fui acercándome, dude unos segundos pero, ¿Qué más podía perder? Así que, con decisión, le mire fijamente, cerré los ojos y lo besé. Presione mis labios contra los suyos en busca de un indicio, de algo que me dijera que aún me amaba, mas no hubo nada, ni siquiera respondió a mi beso. Abrí los ojos y pude darme cuenta de que había cerrado los suyos. Con el rostro lleno de lágrimas y un nudo en la garganta solté un ahogado “Adiós”, quite mis manos de su rostro y me di la vuelta. En mi interior deseaba que me detuviera, pero no lo hizo. Caminé por el empedrado sin voltear esperando su llamada, la cual nunca apareció y en su lugar solo pude oír el sonido de la puerta cerrándose tras de mí.
Apreté los ojos y comencé a correr a la parada del autobús… sin dejar de llorar. Me sentía como una estúpida, una ridícula enamorada que espera por un hombre que pensaba irse  y que pude constatar, no me quería y nunca lo había hecho. Volvió a mi pecho ese dolor constante, que me dificultaba respirar, me quemaba.
Cuando baje del autobús, cerca de casa, caminé sin rumbo durante largo rato, sumida en un letargo sin nombre, pensando en la tarde con James, en su reacción
Darme un baño de agua caliente ayudaría a que me relajara. Prepare la bañera y me sumergí por largo rato. Deje que mi mente flotara, y visité en mi memoria aquellos días en que me recordaba feliz, y a la vez, que era lo que me hacía feliz. “Estaba con James” me respondí varias veces.
El espejo empañado me indico que ya era hora de salir de la bañera, pero me hallaba igual de tensa que cuando entré; mis músculos seguían tensos, la jaqueca se incrementaba y lo peor, el dolor de mi pecho que no me dejaba respirar, ahora me asfixiaba y quemaba, me daba la impresión de que una estaca al rojo vivo entrara y saliera por todo mi pecho, provocándome el dolor que padecía.
Me envolví en la toalla y subí con pesar las escaleras. Al llegar a la habitación mis piernas se hicieron de gelatina, tuve que sujetarme del umbral para no golpearme contra el suelo. “¿Podre dormir algo esta noche?” le pregunte a mi subconsciente “Lo dudo” contesto. Me arrastre hasta la cama y me quede allí tendida con los ojos abiertos, inerte y llorando durante lo que me parecieron muchas horas.
Cuando ya no soportaba más el dolor recordé algo que leí una vez, y decía que si tienes un dolor que no puedes sanar, debes buscar otro que lo supere y desvíe tu atención. Entonces sin pensarlo dos veces tome el abre cartas del escritorio y me hice un corte en el antebrazo izquierdo. Ardió, sí, pero no fue suficiente para mi propósito. Pase el abre cartas más de 7 veces por la herida, para cuando me di cuenta ya la sangre salía a montones. Me levante y abrí la ventana de par en par, hacía una noche preciosa, tome la sabana, la puse sobre la herida y me senté en el suelo a esperar que la sangre dejara de salir, pero nunca pasó...
El viento entraba con violencia por la ventana completamente abierta de mi habitación. Sentada en el suelo junto a la cama  presionaba con fuerza mi brazo izquierdo para evitar que saliera más sangre. Hice un esfuerzo, abrí un cajón, saque una camiseta y la amarré con fuerza en mi brazo. “bien eso detendrá un poco la hemorragia” –pensé nuevamente. Intenté ponerme de pie, pero caí al suelo de inmediato. Estaba muy mareada, y distinguía los pequeños puntos brillantes, que mi mente me hizo ver, en torno a los extrañamente iluminados objetos, así que preferí cerrar los ojos. De pronto me vi caminar nuevamente por aquel sendero empedrado, a un lado los árboles frutales lucían perfectos bajo la luz del atardecer que se colaba por entre las ramas. Al mirar mis pies me di cuenta de que estaba descalza. El sol caía en el horizonte dando paso a la oscuridad, pero no a la luna ni a las estrellas. Luego ya no pude ver nada. La oscuridad reinó en ese lugar que hacía un momento era un paraíso. Por un momento me invadió el terror de solo pensar en que mi pesadilla podía repetirse, solo que ahora me sentía diferente. Caminé inmersa en la oscuridad, tranquila, sin ese extraño miedo, ni el calor, podía percibir lo helado de las piedras lisas del suelo, el aire fresco...poco a poco una bruma comenzó a envolverme, una bruma suave que variaba del azul a celeste y viceversa, que luego se detuvo para degradar en un blanco deslumbrante,  radiante. Retrocedí unos pasos y me detuve al tocar el tronco de un árbol iluminado por esa bruma blanca, un fuerte viento comenzó a soplar, pero la luz de la bruma no se extinguía, por el contrario, era más y más potente, hasta que me encandiló y cerré los ojos. Parpadee unas cuantas veces al creer que continuaba dormida, ya que no reconocí el ambiente: una habitación de pareces blancas, una ventana cercana con persianas, por las que se colaban rayitos de sol, unas cuantas sillas, un televisor en alto, la mesita de noche en tono pastel tenía encima un vaso de agua, la cama extrañamente alta, y los paneles en tonos verdosos. Era un cuarto de hospital. De inmediato me exalté, Tenía el brazo izquierdo fuertemente vendado, adormecido y adolorido. “¿Cómo llegue hasta aquí?” Me pregunté, y la respuesta a esa pregunta llegó segundos después.
Sentado en un sillón junto a mi cama, tapado con una manta delgada, el cuello torcido y profundamente dormido se hallaba James. Por mi mente se pasaron mil ideas, cada una más incoherente que la anterior, pero no podía explicarme que era lo que hacía James en el hospital, conmigo. La cabeza me daba vueltas, ¿cómo había llegado al hospital? ¿Porque james estaba allí? Había tantas preguntas y ninguna respuesta... Lo último que recordaba era mi brazo ensangrentado, y al sentarme en el suelo... Solo eso. Entonces despertó James, parpadeo un par de veces y al ver que yo lo miraba se levantó de un salto y se acercó a mí. Pasó una mano por su cabello despeinado, largo y azul.
-Kim... Qué bueno que despiertas- dijo con un hilo de voz, pero se notaba un tono de alivio.- Me tenías preocupado.
Yo guardé silencio. Lo miré a los ojos y me di cuenta de que estaban hinchados y tenía muchas ojeras. También traía puesta la misma ropa que el día anterior.
-¿Cómo llegue aquí?- pregunte luego de un rato. - ¿Por qué estás aquí, James?
Él guardo silencio unos segundos, su mirada se clavó en el suelo y pude ver como brillaban sus ojos a causa de las lágrimas.
-Cuando fuiste a verme, me sorprendiste mucho, no creí que te vería de nuevo y... de pronto estabas allí, frente a mí, me diste esa carta y me besaste. No supe que hacer. Por un lado quería que el tiempo se detuviera y quedarme allí contigo para siempre, y por otro quería que te fueras, no porque me molestara tu presencia, sino porque sabía que me marcharía, y la despedida era nociva para ambos; por eso no te seguí cuando te fuiste.- confesó. Nos miramos unos segundos, pero mis ojos se llenaron de lágrimas y bajé la vista.
-Luego, me quede largo rato en mi cuarto, pensando en ti, en lo nuestro. Al verte llorar me sentí muy mal y recordé todo lo que vivimos juntos, lo mucho que nos quisimos, lo mucho que aún te quiero... y decidí no perderte otra vez. Algo dentro de mí me decía que estarías en tu casa, así que tome las llaves que me dejaste y fui a buscarte. Entré gritando tu nombre, pero no respondiste a mi llamada. Pensé que estabas dormida y fui a tu habitación. Te encontré en el suelo inconsciente, con una camiseta atada a tu brazo lleno de sangre, el abre cartas a tu lado, también ensangrentado... tuve mucho miedo, te tome en mis brazos, te subí al auto y te traje aquí, rogando por que no fuese demasiado tarde. Llegue a creer... que... no despertarías- Se detuvo un momento respiró hondo.
No pude evitar el romper a llorar. Después de todo, si me quería. Una serie de sentimientos se agruparon en mi pecho, desde la culpa por haber ido a su casa, hasta la dicha de saber que él me amaba.
-¿De verdad me quieres? ¿No me olvidaste?
-Mucho más que eso Kim, te amo, te necesito...
Guardamos silencio. Pasó una mano por mi cabello, mientras me recorría con sus ojos de ámbar y luego, detuvo la vista en mi brazo vendado.
-¿Qué trataste de hacer, Kim? ¿Querías matarte?- me dijo ahora algo más enojado.
Pude sentir como la sangre subía a mis mejillas, me daba vergüenza admitir que ni yo misma sabía porque había hecho lo que hice. Sé que me dejé llevar por el dolor, por la tristeza y la angustia... quizás, una parte de mí ya no quería seguir viviendo, aunque no era la parte consiente.
-Es una larga historia James, muy confusa, hasta para mí. Ni yo misma me puedo explicar esta situación, solo te puedo decir que no esperaba acabar aquí.- conteste finalmente.-Solo sé que me alegra que estés aquí.
-Estaré a tu lado siempre; intenté alejarme y no me fue posible. No volveré a dejarte.
-¿Qué pasará con tu viaje?
-No lo sé, no tengo idea de que haré, pero lo que haga lo hare contigo.- afirmó.  Entonces me di cuenta de que aunque nuestros destinos fuesen inciertos, estaríamos juntos, tal vez no para siempre, pero no dejaremos de velar por que el amor siga vivo y fuerte.
Esos ojos de ámbar por fin estaban decididos, y vi al James del que me enamoré: Al que lucha por lo que quiere, al que tiene convicciones, sueños, al que no se deja vencer, y sobre todo, al que me demuestra su amor.
Quizás me iría con él, quizás él se quedaría conmigo... lo que era seguro, era que nos queríamos.
Él tomo mi mano, y por primera vez en mucho tiempo fui capaz de sonreír sinceramente.
Estaba segura de que esa noche el insomnio desaparecería, al igual que las pesadillas.

1 comentario:

  1. Recuerdo el dia que me contaste esta historia... que sabroso suena el relato de parte de quien lo crea ¿no?

    A cuidar esos chispazos!!

    Un abrazo :)

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