septiembre 26, 2010

Memorias de una Luna Llena II

II

Las cortinas abiertas dejaban entrar la luz de las estrellas en la oscura habitación.
Alex sentía la adrenalina correr por sus venas, su corazón latir a mil por hora, su cuerpo sudado, la calidez de la cama, las sabanas mojadas; miro a la chica que dormía a su lado y esbozo una sonrisa. Se levantó cuidadosamente para no despertarla y abrió la ventana mientras se secaba el sudor de la frente con el dorso del brazo. El viento frio penetro en el cuarto alborotándole el cabello, mientras él, desconcentrado, solo pensaba en ella.
Contempló las estrellas, recordando el inicio de esa aventura, esas horas tan locas, tan apasionadas, tan perfectas… tan divertidas. Se dirigió al  baño, se mojó la cara y se vio al espejo. Por primera vez en mucho tiempo su sonrisa era verdadera, en realidad se sentía pleno y feliz.  Bebió agua, y luego regreso a la cama junto a ella. Su largo cabello negro estaba esparcido con gracia y naturalidad sobre la almohada y el edredón. Eso era lo que más le gustaba de ella,  ese encanto natural, una pasión innata; que fuese diferente. 
Recordó una escena similar hacia unos meses atrás; a si mismo besando a una completa desconocida, subiéndola a su auto, entrando en el departamento, quitándole la ropa… y en su  mente los recuerdos de otra; esa chica que había dejado ir, esa que aún amaba y que había perdido... en otra menos en la que tenía en frente, a la que le hacia el amor… No, corrección, con la que estaba teniendo sexo. Y mientras la desconocida lo cubría de besos embriagados en whisky, Alex sentía como si fuese Vanessa quien lo estuviese besando, y soñaba vívidamente con la única vez que estuvieron juntos, para no verse nunca más, recordando cada instante, cada momento, sintiéndola como suya aún.
Vanessa, su primer gran amor, su primera mujer. Se conocieron cuando ella tenía veinticinco años y trabajaba en el instituto dando clases de Literatura, en ese entonces, él contaba con diecisiete años, inmaduro, e infantil, pero a la vez tierno e inocente, se enamoró de ella desde el primer día; un quince de octubre. Alex sentía como aun su corazón se aceleraba de recordar el sonido de sus tacones altos el piso de madera, el vestido negro que, aunque muy recatado,  delineaba su figura y dejaba entrever sus pantorrillas. Su cabello negro estaba recogido en una cola de caballo, resaltando sus ojos profundos y oscuros como dos túneles perfectos de desconocido destino; los labios color de rosa, el lunar en su mentón… para Alex ella era un ángel que había llegado para llevarlo directamente al paraíso. Vanessa dejo sobre la mesa los libros que llevaba y se presentó a la clase.
-Buenas tardes, mi nombre es Vanessa Straker, y sere su nueva maestra de literatura.
Mientras ella decía esas palabras Alex deliraba con acercarse a ella, hipnotizado por la mujer que estaba frente a él. La clase avanzó sin que él saliera de su trance, se encontraba aturdido por ella, y la quería sólo para él. Esa misma tarde ideo un plan para conversar con ella, y así tener el espacio para conquistarla. Su mente dio mil vueltas a ese cometido durante varias horas, hasta que recordó algo que le venía como anillo al dedo. Al día siguiente, antes de entrar a clases, la busco y le hablo.
Para ella, él era su alumno, aunque le llamo la atención la manera en que la miraba, como si la venerase.
-Señorita Vanessa, buenos días.
-Buenos días emm...
-Alex, ni nombre es Alex.
-Bueno, dígame, en que puedo ayudarle.
-Verá, lo que ocurre es que, aquí,  tenemos un club de teatro, pero no tenemos director, así que como usted es la maestra de literatura, pensamos que quizá… querría colaborar.
Vanessa sonrió con complacencia. El joven Alex era muy apuesto, no podía negarlo: buen porte, piel trigueña, espalda ancha, cabello corto y oscuro, finas facciones, labios delgados y ojos profundos. Todo un adonis, una tentación difícil de resistir.
-Sí, por supuesto, me encantaría.
-Perfecto maestra, muchas gracias, nos reunimos los días miércoles en el auditorio, después de clases. Allí nos vemos.
 Y era cierto. El anterior profesor, el señor Bins, no quiso participar del grupo de teatro, por lo que no se pudo hacer mucho más que redactar textos  y reparar escenografía dañada. El día anterior había hablado con el resto del club y todos coincidieron con él de que la  idea era buenísima. Alex no durmió aquella noche imaginado la tarde que pasaría con Vanessa al día siguiente, pensando en ella, en sus ojos, su cabello, en la perfección de su cuerpo…
Desde que la conoció Alex luchaba cada día por conquistarla, por conocerla aún más, por ser su amigo, y ella no se resistía a los continuos halagos de su alumno, que además de encantadores eran muy provocativos. Para ella Alex no era solo un estudiante, era un amigo, una mente despierta, hábil, un joven por el cual sentía mucha atracción y afecto, aunque sabía que no era adecuado, no podía dejar de sentirlo. Una tarde después de los ensayos, dos meses después de conocerse, se sentaron en una de las butacas para  arreglar  un guion
-No quiero faltarle al respeto, pero hay algo que quiero decirle desde hace mucho tiempo.
-No veo eso como una falta de respeto.
-Porque sabe cuáles son mis sentimientos hacia usted, los conoce desde hace mucho, y estoy seguro de que los comparte- dijo tomando su mano.
-Sí, los conozco, pero soy tu profesora, mayor que tú y eso no está bien.- dijo Vanessa, y al ver  como el rostro de Alex se volvía triste, continuo- sé que no es correcto, pero te correspondo
-¿Entonces puedo pedirte algo? Solo un beso, dame un beso Vanessa, por favor.
Ella lo miro a los ojos y se dio cuenta de que había mucha sinceridad en lo que decía. Ella lo tomo por el cuello de la camisa y viéndolo fijamente lo beso, con calma, ternura y mucha sensualidad. Fue un beso largo y placentero. Mientras ella acariciaba su cuello y rostro, él seguía acariciando sus manos con timidez.
-¿Estas casada, cierto?-pregunto Alex tocando la sortija en su mano.
-Sí, pero hace años que no van bien las cosas, me case demasiado joven y creo que no con el hombre correcto.- Contesto ella.- Pero quiero que entiendas que esto no debe saberlo nadie más que nosotros, no por mi bien, si no por el tuyo.
Alex le dedico una sonrisa.
Esa tarde él salió primero del instituto y espero a Vanessa a tres calles. Ella lo recogió en su auto y se fueron juntos a su departamento; su marido estaba de viaje y no llegaría hasta dentro de dos semanas. Aprovecharon esos momentos para verse sin que nadie les molestara, y fue su secreto durante varios meses. Cada tarde ella le daba las llaves de su auto, y allí Alex la esperaba para ir a algún lugar; un bar, una cafetería, el cine, el teatro o un parque escondido donde nadie los conociese. Cuando Alex cumplió su mayoría de edad, quiso celebrar con Vanessa de una manera muy especial; quería estar con ella, hacer el amor. Y tenía mucha razón cuando pesaba que sería algo que nunca olvidaría. Se encontraron en un cuarto de hotel, en una zona alejada de la ciudad, para no levantar sospechas, y pasaron juntos 7 horas maravillosas, empapadas de pasión y amor. Se quedaron dormidos cuando el sol ya estaba por caer, despertando cuando la luna estaba alta. Vanessa lo miraba dormir y le acariciaba el cabello con ternura para que se despertara, y enseñándole a los pies de la cama una bandeja con dos tazas de café y un pequeño pastel de cumpleaños. Pero esa felicidad no duraría para siempre.
Una tarde, Alex esperaba a Vanessa como de costumbre, en el estacionamiento del instituto y al divisarla, bajó el vidrio y le hizo una señal con la mano.  Cuando ella subió al auto lo beso en los labios con ternura, pero no sabía que alguien más estaba viendo esa escena. Su marido, espiaba receloso apoyado en el portón de salida. Mientras ellos se besaban, él se acercó con cautela y les golpeó el vidrio. Ella se asustó al verle y ambos se quedaron en estado de shock. Comenzó a cundir el pánico.
           -¡Vanessa! ¿Podrías explicarme que está pasando?-  le dijo él con tono exaltado. William Jones no era precisamente un hombre pacifico. Ella bajo inmediatamente del auto y trato de tranquilizarlo.
– Will, cálmate por favor, tú sabias que las cosas no iban bien, y pasó… simplemente me enamore, comprende.
– Eso no me molesta Vanessa, el punto es que me engañaste, y con uno de tus alumnos ¿Dónde está tu ética profesional?
Ella solo bajo la mirada, se acercó a Alex, que había bajado del auto también, y tomo su mano. Él la abrazo con fuerza. Estaban asustados, pero siempre supieron que llegaría el momento en que alguien se enterara de todo.
– No te preocupes, afrontaremos lo que sea, sabes que te quiero. No dejes que te quiten una sonrisa. Susurró él en su oído.
– Ven Vanessa, vámonos a casa ya, y deja de comportarte como una niña pequeña- dijo William tomándola por un brazo, pero ella se resistió.
– Contigo no iré a ninguna parte Will, lo que sea que debamos arreglar será aquí y ahora. Y no vuelvas a decirme lo que debo o no hacer porque, como tú dijiste, ya soy bastante grande como para saberlo.
– Como tú quieras nena, así será, por las malas- contesto Will, pero esta vez fue más lejos, tomándola con más fuerza por ambos brazos y quiso forzarla a caminar, entonces, llego el director de instituto.
El lio fue bastante más grande de lo que ambos imaginaron. Cuando los padres de Alex se enteraron de su romance con Vanessa, no quisieron que ella siguiera enseñando en el instituto, y menos que el estudiase allí. A Vanessa  por supuesto le entregaron su carta de despido inmediatamente.
A ella eso no le importó demasiado, solo debía buscar otro trabajo. Alex cambió de instituto, aunque solo le quedaban unos cuantos meses para acabarlo, pero se ganó un sinfín de problemas en su hogar, el más grave de todos, fue la imposición de su padre en su futuro universitario, y eso fue lo que más molestó a Vanessa.
            Su amor era fuerte, no se dejarían vencer tan fácilmente, así que decidieron seguir viéndose, a escondidas.
Una noche, huyeron de la ciudad. Emprendieron un viaje a una reserva natural, un bosque muy grande donde podrían pasar un lindo día. Vanessa conducía pacientemente, mientras Alex le acariciaba el rostro con dulzura. Cuando llegaron a lo que ellos consideraron prudente, aparcaron y bajaron a observar las estrellas. Esa noche querían ser solo ellos dos, conocerse más de los que ya se conocían dejar libre a su espíritu, abandonar el miedo a amar, a ser feliz... querían estar libres, sin un tercero que se diera autoridad para juzgarlos o condenarlos por amarse... Hicieron  que ese tiempo se detuviera con el solo hecho de quererlo. Así abrazados se durmieron profundamente y a la mañana siguiente, ella lo despertó con un beso en la frente.
– Alex... buenos días amor. – Susurro en su oído.
– Buenos días pequeña… – dijo él sonriendo.
La beso en los labios con ternura y pasión a la vez. Se recostaron en el césped,  sin dejar de hablarse en silencio... de escucharse los pensamientos, de darse cuenta de lo que quería el otro con solo verlo a los ojos, y luego volvieron a la ciudad, sin pensar siquiera que ya no volverían  a verse, al menos por largo tiempo.
Días después, a Vanessa le enviaron una propuesta de trabajo en otra ciudad, con un muy buen salario, y acepto de inmediato la oferta.  Cuando fue a despedirse de Alex, y a decirle que no se preocupara porque seguiría visitándolo, su madre fue  quien abrió la puerta.
            – Buenas tardes señora Foreman, ¿Podría ver a Alex un momento por favor? Sere muy breve, lo prometo –  Dijo ella con tono humilde.
            – Señorita Straker, lamento decirle que él no se encuentra, salió hace bastante rato con una jovencita y aún no ha vuelto – Mintió con descaro la madre de Alex – Pero si gusta puede dejarle un recado.
            – Dígale por favor que debo irme de la ciudad y que le llamaré por la noche. Gracias – Contestó ella algo aturdida por lo que la señora Foreman le acababa de decir.
            – Sí, claro, yo le daré su recado cuando llegue, aunque dudo que llegue esta noche.
            ­ – Adiós, gracias por su tiempo señora Foreman - Se subió a su coche, y se marchó, sin dejar de pensar ni un minuto en las palabras de aquella mujer.
“¿Será cierto?” se preguntaba cada minuto. Quizás sería mejor no importunarlo por un tiempo.
Y así lo hizo.
Para Alex todo fue muy difícil, jamás entendió porque Vanessa se fue  así de repente y sin despedirse, su madre, por supuesto, no le dijo nada de lo que ocurrió.
La incertidumbre y la duda se alojaron en su interior. La llamo innumerables veces, pero ella no le respondió. Dejó mensajes en su contestador, e-mails, cartas a su dirección, pero siempre le eran devueltas... luego de un tiempo dejó de insistir... aunque eso no evito que la siguiera recordando tanto o más que antes; sus labios delicados, su piel fina y suave, la decisión con que lo sedujo, el calor de su cuerpo al aire libre, bajo la luz de la luna, como habían hecho el amor... mas él sabía que no podía continuar así.
Intento sacarla de su mente saliendo con otras chicas, pero nada le daba resultados positivos. Trató y trató, pero nada de lo que hacia la mantenía alejada de su mente y de su corazón.
Pasaron seis años antes de que ellos volvieran a verse, seis años en los que no dejaron de amarse, ni de pensar el uno en el otro cada día. Entre tanto, Alex fue a la universidad; Licenciado en historia del arte. En su segundo año, arrendo un piso en el centro y trabajo de bar-man, atendiendo cajas en supermercados, paseando perros, en fin, hizo muchas cosas.  Al egresar, comenzó a trabajar en un museo, luego, dio clases en institutos y universidades de la zona; busco un departamento, e hizo su vida casi normalmente, pero nunca dejo de pensar en ella.
Un tres de diciembre, Alex salió de la universidad y se subió a su coche para ir a casa. Tomo la autopista central para llegar más de prisa y, en la primera luz roja del semáforo, encontró aquello que tanto quería. La ventanilla abierta su Aston Martin V12 pudo ver en el carril contiguo un DB9 Volante  de un negro radiante, y la persona que lo conducía no era otra que Vanessa.
Su corazón dio un salto inesperado.
– “Soy una marioneta del destino… ¿En realidad es ella? Sí, claro que es ella, podría reconocerla en cualquier parte, y esta vez no voy a dejarla ir. Pero ¿Qué hago? ¿Qué le digo?...”
Preguntas que no sabía cómo responder abrumaban la mente de Alex. Fijo su vista en ella, que no lo había visto aún, y un detalle llamo su atención y le dio la fuerza que necesita, su mano izquierda descansaba con naturalidad sobre el volante y, lo mas importante, ya no llevaba su anillo de casada.
Luz verde.
Alex piso a fondo el acelerador y adelanto a Vanessa. Se giró un poco y se atravesó en la carretera.
Vanessa salió de su auto inmediatamente, indignada porque alguna persona idiota se había atravesado en el camino y sin sospechar que podía ser Alex.
Al verlo, casi cae al suelo de la impresión, si saber que decir que hacer, como actuar, si subirse a su auto nuevamente o quedarse a platicar.
– Hola… - Dijo Alex
– Hola Alex, ¿Cómo estás? – Contestó ella con nerviosismo. ¿Por qué el destino ponía a Alex de nuevo en el camino? No lo sabía… y como saberlo. Solo se dio cuenta de que a pesar de todo el tiempo que había pasado, aún sentía amor por él y que lo mejor era hablar las cosas.
– Yo… bastante bien, ¿y tú? – Preguntó él sin dejar de verla a los ojos. Una lágrima cayó por esas mejillas pálidas.
Entonces ya no aguantó más, corrió de inmediato a ella y la abrazó con fuerza. Vanessa le respondió el abrazo revolviéndole el cabello con ternura; aquella pasión que tenían desde el primer momento nunca había muerto, seguía ardiendo en su interior con más intensidad.
– No sabes cuánto te he esperado... – le susurró Alex al oído. – creí que me habías dejado para siempre y que nunca volvería a tenerte  a mi lado. Vanessa lo miró con sorpresa.
            – ¿Cómo? Yo creí que tú ya no querías verme y por eso pedí el traslado. Fui un día a buscarte a tu casa y tu madre me dijo que habías salido de paseo con tu novia y que no volverías temprano. Entonces me volví loca de celos... pensé que todo ese tiempo sólo habías jugado conmigo y eso me dio rabia, además tú eras joven y tenías derecho de estar con una mujer de tu edad y... – se detuvo al ver que Alex sonreía de pronto. – ¿Qué? ¿De qué te ríes?
            – Tonta... Yo siempre te he querido sólo a ti. Y no te miento ha habido otras mujeres en mi vida pero ninguna como tú, porque con las otras estaba sólo para tener sexo, a ti te he amado siempre y te recordaba en todo momento y lugar.
            Se fueron a tomar una café para conversar de todo lo que tenían pendiente (seis años no pasan en vano)  y luego acabaron en el departamento de Alex.
            Él acarició el cabello negro y largo de Vanessa  que estaba desparramado con gracia sobre el edredón, mientras ella abría lentamente los ojos  y le sonreía con dulzura. Alex le tomo la mano y le devolvió la sonrisa. Dentro de él había algo nuevo, un sentimiento de felicidad que lo inundaba ya que estaba otra vez con Vanessa pese a todo, ella se había divorciado y continuaba dando clases, según dijo. La contempló allí a su lado y la besó tiernamente en los labios en señal de amor. Por fin estaban de nuevo juntos y nada los separaría. A pesar de todos los problemas Vanessa estaba allí junto a él, no sabía hasta cuando, lo único que sabía era que la amaba y que el amor que le tenía era más fuerte que cualquier dificultad, ya vería con el paso del tiempo si todo resultaba bien.

Fin

septiembre 01, 2010

Memorias de una Luna Llena III

III

El viento entraba con violencia por la ventana completamente abierta de mi habitación. Sentada en el suelo junto a la cama  presionaba con fuerza mi brazo izquierdo para evitar que saliera más sangre. Las cortinas color pastel se agitaban con fuerza frente a mi rostro, mientras la sangre seguía saliendo por montones, la sabana con la que cubría la herida ya estaba empapada y las gotitas rojas manchaban con gracia la alfombra.
El dolor era abrumador e intenso; me encontraba asustada. Mi cabeza daba mil vueltas, estaba perdiendo demasiada sangre. La herida era profunda, casi doce centímetros a lo largo del antebrazo y el abre cartas a mi lado bañado en sangre. “Tal vez pase a llevar una arteria o una vena importante” –pensé- “aunque ahora, ya da igual…”.
Hice un esfuerzo, abrí un cajón, saque una camiseta y la amarré con fuerza en mi brazo. “bien eso detendrá un poco la hemorragia” –pensé nuevamente. Intenté ponerme de pie, pero caí al suelo de inmediato. Estaba muy mareada, y distinguía los pequeños puntos brillantes, que mi mente me hizo ver, en torno a los extrañamente iluminados objetos, así que preferí cerrar los ojos. Me costaba respirar, más aun cuando recordaba  cada parte de este apestoso día, comenzando por la  noche anterior:
Para variar el insomnio no me dejó descansar, así que puse una película en el DVD para ver si me quedaba dormida con eso. Cuatro y cincuenta y siete a.m. y yo sin conciliar el sueño. No pasó mucho tiempo de eso cuando la luz azul del DVD desaparece y me sentí caminar por un sendero empedrado, a un lado del camino los árboles frutales lucían perfectos bajo la luz del atardecer. El sol caía en el horizonte dando paso a la oscuridad, pero no a la luna ni a las estrellas. Al mirar mis pies me di cuenta de que estaba descalza, y cada paso era doloroso. Luego ya no pude ver nada. La oscuridad reinó en ese lugar que hacía un momento era un paraíso, y a pesar de que el sol ya no estaba, el calor era sofocante, intenso y asfixiante… tan asfixiante que no me dejaba respirar.
Entré en una crisis, sin poder respirar y tampoco ver nada…
De pronto, apareció algo luminoso: de la punta de mis dedos saltaban chispas de fuego; pequeñas llamas que quemaban mis manos, brazos, pecho y rostro. Al apoyarme en un árbol, las chispas encendieron su follaje, y a mí con él, iniciándose una gran llamarada. Las quemaduras empeoraron, y con ellas el dolor. La piel se ardía en mis huesos, consumiéndose, retorciéndose, dejando marcas profundas, abundaba la sangre… Mi cuerpo se agitaba violentamente intentando apagar las llamas, pero nada era suficiente, nada era útil.
La desesperación de no saber qué hacer, ese cumulo de dolor, el humo gris entrando a mis pulmones, el verme envuelta en las llamas... todo eso me hizo gritar y aullar del miedo, pedir ayuda... pero sabía que pronto vendría el final, solo quería que llegara ese final y que se agotara el sufrimiento. ¡¡Quise morir de una vez!!

Segundos después la luz volvió a apagarse.
Desperté de la pesadilla gritando descontrolada, sudando y llorando. Me senté en la cama, tratando de respirar profundo y contener los gritos en mi pecho. “Solo fue un sueño- pensé- una horrible pesadilla”. La pantalla del televisor estaba azul. Tome el mando a distancia y la apague. Para mi sorpresa, la habitación quedo débilmente iluminada. Dirigí la vista al reloj despertador y ¡Sorpresa!: siete y veintitrés a.m. Me levante de la cama y di un par de vueltas por la habitación.
Nuevamente el rostro de James acudió a mi cabeza; Era el eco en una mansión vacía. Las imágenes de nuestro último encuentro se sentían como disparos en mi pecho que iban cada vez más profundo. Acudió otra vez la agonía interminable y no pude controlar las lágrimas. Caminé de  vuelta a la cama  en busca de algo de tranquilidad, para dormir un poco, aunque fue inútil.
A las diez y treinta decidí que debía levantarme. “Que irónico, cuando quiero que el tiempo se pase rápido solo consigo que cada minuto pase más lento que el anterior” Pensé.
A pesar de saber lo que haría esa tarde y de haber meditado mucho la decisión, los nervios se quedaron en mi estómago, provocándome nauseas. Antes de partir, me cerciore de que todo estaba en perfecto orden, me di un largo y relajante baño, busqué con detenimiento la ropa adecuada, me vestí, maquillé y cuando acabe con eso, me deje caer al suelo y allí me senté durante largo rato. No pude comer nada, de solo pensar en la comida todo me daba vueltas. Las horas pasaron muy lentamente.
“¿Será prudente?” me pregunte más de una vez, pero siempre terminaba contestándome “No voy a saberlo si no lo intento”.  Por fin el reloj marco las tres con cuarenta y cinco de la tarde, una hora prudente para emprender la marcha. Saque la carta que había escrito hacía tiempo, la guarde en mi bolso y salí. Subí al autobús que me llevaría directamente allá.
Más de una hora de viaje por toda la ciudad, en autobús, con el estómago revuelto y una mano en mi pecho encerrando el colgante en forma de corazón que llevaba su nombre y la estrella azul de seis puntas, mi favorita. Mi corazón latía con fuerza al comenzar la cuenta regresiva. Cinco. El calor allí dentro era sofocante, pude ver por la ventana el puente blanco y las olas golpeando en la orilla de la playa. Cuatro. Me sentí mareada, tal vez porque no comí nada o tal vez eran los nervios. Tres. En las plazas y parques solo había parejas de enamorados recorriéndolas. La tienda de frutas no ha cambiado nada en estos dos meses. Dos. ¿En realidad era buena idea? “será mejor que deje de hacerme la valiente” me dije. “Tal vez acabe perdida”. Uno. A lo lejos distinguí el lugar en donde debía bajar, mis músculos se tensaron, no sabía qué hacer. ¿Bajar? Ya estaba allí, no tenía sentido devolverme a casa. Con todo el cuerpo temblando detuve el autobús y bajé.
Hacía mucho calor. Las personas que transitaban por esa avenida se dirigían a la playa para refrescarse. Revise la dirección que tenía anotada y caminé calle abajo. Sabía que podría llegar, mi sentido de la orientación nunca me fallaba. Mientras caminaba mi cabeza daba mil vueltas, quise cambiar de rumbo varias veces e irme a casa, pero si no hacía lo que debía, me arrepentiría siempre (y teniendo en cuanta que no suelo arrepentirme de las cosas, eso es decir demasiado). Después de unos minutos llegue por fin a mi destino. Respire profundamente. “Todo saldrá bien” me dije. El rojo de los geranios resaltaba contra el beige de las paredes de la casa, me arme de valor y toque el timbre: Un joven de piel morena abrió la puerta:
-Hola ¿Se encuentra James?- pregunte, casi sin voz.
-Sí, entra si quieres y espéralo adentro.- contesto amablemente el joven, pero no aceptaría esa invitación.
-No gracias, lo espero aquí.- Dije, con timidez. Me costaba hablar, el volumen de mi voz era apenas audible. El joven sonrió y fue adentro a buscarlo.
Cuando James apareció en la puerta y me vio, la expresión que adopto su rostro fue indescriptible, parecía que había visto un fantasma, pero luego una leve sonrisa surco sus labios y se dirigió hacia mí.
-Hola Kim- dijo besando mi mejilla sin quitar la extraña expresión. Yo no pude contestar más que con un movimiento de muñeca ya que las palabras estaban atascadas en mi garganta.
-James- Dije por fin. Nos miramos fijamente por un rato, pero yo estaba tan avergonzada que bajé la vista. “tanto planear esto y no me salen todas las palabras que quiero decirle” pensé. Cuando volví a mirarlo, note algunos cambios en su fisionomía, pero seguía siendo de mi agrado (lo cual, sin duda, era un peligro para mi) Su cabello estaba mucho más largo, despeinado y además había cambiado de color: Azul, nuestro favorito… Apreté el sobre que tenía en las manos.
-Esto es para ti-  dije mostrándole la carta y entregándosela. “Me tardé más de un mes en decidir si venir o no, y ahora no puedo decir nada” pensé de mala gana.
-Gracias- Me contestó con expresión ambigua, no supe si sentía nostalgia tristeza, algo de gozo o simplemente ganas de que desapareciera de allí.
-De nada- respondí casi al instante- Yo… solo quería… despe…dirme. Solté entrecortadamente, sintiendo como tras las gafas oscuras caían las lágrimas.
Hubo otro silencio tortuoso e inevitablemente largo. Sus ojos continuaban viéndome con esa expresión ambigua que no se si era nostalgia tristeza o rabia, pero lo que fuera, hizo que se comportara con extrema frialdad, lo que me lastimó muchísimo.
-Será mejor que me vaya…
-Espera… por favor- dijo con tono suplicante e irresistible, mientras sujetaba mi antebrazo, solo para continuar hipnotizándome con sus ojos de ámbar. Algo en esa mirada había cambiado en el último minuto, sentí miedo y baje la vista. En mi pecho estaba la estrella azul de seis puntas, y con cuidado me la quité para ponerla sobre sus dedos fríos. El me miró sorprendido.
-Quiero que te quedes con esto...
-¿Estas segura? Es tu favorita, la llevas siempre.
-Lo sé, por eso, quédatela, así podrás recordarme.
Nos quedamos unos instantes tomados por los dedos, como era nuestra costumbre, antes. Eso estaba lastimándome más de lo que debía y, lo peor, no estaba teniendo el efecto que yo pretendía cuando decidí  ir.
-Creo que es momento de que me vaya- Dije otra vez, pero James no soltaba mi mano, sin dejar de acariciarle el dorso con su pulgar derecho. Pude verme reflejada en sus ojos sin saber lo que sentía, y a la vez sin querer saberlo. Me dio la impresión de que se sentía muy incómodo por mi presencia y a pesar de que le agradaba que estuviese allí,  una parte de él quería que me fuera rápidamente y no volviera, aunque no pudiera dejarme ir. Las lágrimas llenaron mis ojos otra vez, pero ahora con mayor intensidad. Lo abracé con mucha fuerza; esa sería la última vez que nos veríamos, nuestra despedida.
Puse una mano en su cabello, deslizándola hasta llegar al cuello. Se había dejado crecer la barba (Alerta de peligro inminente) Mi pulgar toco sus labios y de golpe vinieron a más recuerdos que me hicieron llorar. Lentamente, fui acercándome, dude unos segundos pero, ¿Qué más podía perder? Así que, con decisión, le mire fijamente, cerré los ojos y lo besé. Presione mis labios contra los suyos en busca de un indicio, de algo que me dijera que aún me amaba, mas no hubo nada, ni siquiera respondió a mi beso. Abrí los ojos y pude darme cuenta de que había cerrado los suyos. Con el rostro lleno de lágrimas y un nudo en la garganta solté un ahogado “Adiós”, quite mis manos de su rostro y me di la vuelta. En mi interior deseaba que me detuviera, pero no lo hizo. Caminé por el empedrado sin voltear esperando su llamada, la cual nunca apareció y en su lugar solo pude oír el sonido de la puerta cerrándose tras de mí.
Apreté los ojos y comencé a correr a la parada del autobús… sin dejar de llorar. Me sentía como una estúpida, una ridícula enamorada que espera por un hombre que pensaba irse  y que pude constatar, no me quería y nunca lo había hecho. Volvió a mi pecho ese dolor constante, que me dificultaba respirar, me quemaba.
Cuando baje del autobús, cerca de casa, caminé sin rumbo durante largo rato, sumida en un letargo sin nombre, pensando en la tarde con James, en su reacción
Darme un baño de agua caliente ayudaría a que me relajara. Prepare la bañera y me sumergí por largo rato. Deje que mi mente flotara, y visité en mi memoria aquellos días en que me recordaba feliz, y a la vez, que era lo que me hacía feliz. “Estaba con James” me respondí varias veces.
El espejo empañado me indico que ya era hora de salir de la bañera, pero me hallaba igual de tensa que cuando entré; mis músculos seguían tensos, la jaqueca se incrementaba y lo peor, el dolor de mi pecho que no me dejaba respirar, ahora me asfixiaba y quemaba, me daba la impresión de que una estaca al rojo vivo entrara y saliera por todo mi pecho, provocándome el dolor que padecía.
Me envolví en la toalla y subí con pesar las escaleras. Al llegar a la habitación mis piernas se hicieron de gelatina, tuve que sujetarme del umbral para no golpearme contra el suelo. “¿Podre dormir algo esta noche?” le pregunte a mi subconsciente “Lo dudo” contesto. Me arrastre hasta la cama y me quede allí tendida con los ojos abiertos, inerte y llorando durante lo que me parecieron muchas horas.
Cuando ya no soportaba más el dolor recordé algo que leí una vez, y decía que si tienes un dolor que no puedes sanar, debes buscar otro que lo supere y desvíe tu atención. Entonces sin pensarlo dos veces tome el abre cartas del escritorio y me hice un corte en el antebrazo izquierdo. Ardió, sí, pero no fue suficiente para mi propósito. Pase el abre cartas más de 7 veces por la herida, para cuando me di cuenta ya la sangre salía a montones. Me levante y abrí la ventana de par en par, hacía una noche preciosa, tome la sabana, la puse sobre la herida y me senté en el suelo a esperar que la sangre dejara de salir, pero nunca pasó...
El viento entraba con violencia por la ventana completamente abierta de mi habitación. Sentada en el suelo junto a la cama  presionaba con fuerza mi brazo izquierdo para evitar que saliera más sangre. Hice un esfuerzo, abrí un cajón, saque una camiseta y la amarré con fuerza en mi brazo. “bien eso detendrá un poco la hemorragia” –pensé nuevamente. Intenté ponerme de pie, pero caí al suelo de inmediato. Estaba muy mareada, y distinguía los pequeños puntos brillantes, que mi mente me hizo ver, en torno a los extrañamente iluminados objetos, así que preferí cerrar los ojos. De pronto me vi caminar nuevamente por aquel sendero empedrado, a un lado los árboles frutales lucían perfectos bajo la luz del atardecer que se colaba por entre las ramas. Al mirar mis pies me di cuenta de que estaba descalza. El sol caía en el horizonte dando paso a la oscuridad, pero no a la luna ni a las estrellas. Luego ya no pude ver nada. La oscuridad reinó en ese lugar que hacía un momento era un paraíso. Por un momento me invadió el terror de solo pensar en que mi pesadilla podía repetirse, solo que ahora me sentía diferente. Caminé inmersa en la oscuridad, tranquila, sin ese extraño miedo, ni el calor, podía percibir lo helado de las piedras lisas del suelo, el aire fresco...poco a poco una bruma comenzó a envolverme, una bruma suave que variaba del azul a celeste y viceversa, que luego se detuvo para degradar en un blanco deslumbrante,  radiante. Retrocedí unos pasos y me detuve al tocar el tronco de un árbol iluminado por esa bruma blanca, un fuerte viento comenzó a soplar, pero la luz de la bruma no se extinguía, por el contrario, era más y más potente, hasta que me encandiló y cerré los ojos. Parpadee unas cuantas veces al creer que continuaba dormida, ya que no reconocí el ambiente: una habitación de pareces blancas, una ventana cercana con persianas, por las que se colaban rayitos de sol, unas cuantas sillas, un televisor en alto, la mesita de noche en tono pastel tenía encima un vaso de agua, la cama extrañamente alta, y los paneles en tonos verdosos. Era un cuarto de hospital. De inmediato me exalté, Tenía el brazo izquierdo fuertemente vendado, adormecido y adolorido. “¿Cómo llegue hasta aquí?” Me pregunté, y la respuesta a esa pregunta llegó segundos después.
Sentado en un sillón junto a mi cama, tapado con una manta delgada, el cuello torcido y profundamente dormido se hallaba James. Por mi mente se pasaron mil ideas, cada una más incoherente que la anterior, pero no podía explicarme que era lo que hacía James en el hospital, conmigo. La cabeza me daba vueltas, ¿cómo había llegado al hospital? ¿Porque james estaba allí? Había tantas preguntas y ninguna respuesta... Lo último que recordaba era mi brazo ensangrentado, y al sentarme en el suelo... Solo eso. Entonces despertó James, parpadeo un par de veces y al ver que yo lo miraba se levantó de un salto y se acercó a mí. Pasó una mano por su cabello despeinado, largo y azul.
-Kim... Qué bueno que despiertas- dijo con un hilo de voz, pero se notaba un tono de alivio.- Me tenías preocupado.
Yo guardé silencio. Lo miré a los ojos y me di cuenta de que estaban hinchados y tenía muchas ojeras. También traía puesta la misma ropa que el día anterior.
-¿Cómo llegue aquí?- pregunte luego de un rato. - ¿Por qué estás aquí, James?
Él guardo silencio unos segundos, su mirada se clavó en el suelo y pude ver como brillaban sus ojos a causa de las lágrimas.
-Cuando fuiste a verme, me sorprendiste mucho, no creí que te vería de nuevo y... de pronto estabas allí, frente a mí, me diste esa carta y me besaste. No supe que hacer. Por un lado quería que el tiempo se detuviera y quedarme allí contigo para siempre, y por otro quería que te fueras, no porque me molestara tu presencia, sino porque sabía que me marcharía, y la despedida era nociva para ambos; por eso no te seguí cuando te fuiste.- confesó. Nos miramos unos segundos, pero mis ojos se llenaron de lágrimas y bajé la vista.
-Luego, me quede largo rato en mi cuarto, pensando en ti, en lo nuestro. Al verte llorar me sentí muy mal y recordé todo lo que vivimos juntos, lo mucho que nos quisimos, lo mucho que aún te quiero... y decidí no perderte otra vez. Algo dentro de mí me decía que estarías en tu casa, así que tome las llaves que me dejaste y fui a buscarte. Entré gritando tu nombre, pero no respondiste a mi llamada. Pensé que estabas dormida y fui a tu habitación. Te encontré en el suelo inconsciente, con una camiseta atada a tu brazo lleno de sangre, el abre cartas a tu lado, también ensangrentado... tuve mucho miedo, te tome en mis brazos, te subí al auto y te traje aquí, rogando por que no fuese demasiado tarde. Llegue a creer... que... no despertarías- Se detuvo un momento respiró hondo.
No pude evitar el romper a llorar. Después de todo, si me quería. Una serie de sentimientos se agruparon en mi pecho, desde la culpa por haber ido a su casa, hasta la dicha de saber que él me amaba.
-¿De verdad me quieres? ¿No me olvidaste?
-Mucho más que eso Kim, te amo, te necesito...
Guardamos silencio. Pasó una mano por mi cabello, mientras me recorría con sus ojos de ámbar y luego, detuvo la vista en mi brazo vendado.
-¿Qué trataste de hacer, Kim? ¿Querías matarte?- me dijo ahora algo más enojado.
Pude sentir como la sangre subía a mis mejillas, me daba vergüenza admitir que ni yo misma sabía porque había hecho lo que hice. Sé que me dejé llevar por el dolor, por la tristeza y la angustia... quizás, una parte de mí ya no quería seguir viviendo, aunque no era la parte consiente.
-Es una larga historia James, muy confusa, hasta para mí. Ni yo misma me puedo explicar esta situación, solo te puedo decir que no esperaba acabar aquí.- conteste finalmente.-Solo sé que me alegra que estés aquí.
-Estaré a tu lado siempre; intenté alejarme y no me fue posible. No volveré a dejarte.
-¿Qué pasará con tu viaje?
-No lo sé, no tengo idea de que haré, pero lo que haga lo hare contigo.- afirmó.  Entonces me di cuenta de que aunque nuestros destinos fuesen inciertos, estaríamos juntos, tal vez no para siempre, pero no dejaremos de velar por que el amor siga vivo y fuerte.
Esos ojos de ámbar por fin estaban decididos, y vi al James del que me enamoré: Al que lucha por lo que quiere, al que tiene convicciones, sueños, al que no se deja vencer, y sobre todo, al que me demuestra su amor.
Quizás me iría con él, quizás él se quedaría conmigo... lo que era seguro, era que nos queríamos.
Él tomo mi mano, y por primera vez en mucho tiempo fui capaz de sonreír sinceramente.
Estaba segura de que esa noche el insomnio desaparecería, al igual que las pesadillas.