agosto 28, 2011

Colmillos Salvajes, Capítulo Cinco: Actos Impulsivos y Sangrientas Despedidas


Capitulo Cinco:
Actos Impulsivos y Sangrientas Despedidas

CORRER. Tras esas frías palabras y los duros golpes, lo que seguía era correr.

Ese día había comenzado con un sol resplandeciente y cálido entrando en mi habitación, en la planta alta de una casa lujosa, algo alejada del bullicio de Princetown.
Estaba dormida, pero no era un sueño placentero, sino que lleno de recuerdos, remordimientos, miedos y esa voz grave, eso ojos ambarinos, seductores, furiosos, mentirosos, furtivos, intensos, esos que tanto me atormentaban.

Me desperté bruscamente, empapada en un sudor frio y con una extraña sensación de abatimiento y melancolía; los restos que había dejado aquella tormenta infernal, el dolor agudo que estaba asentado en mi interior y me hacía gritar del miedo, mi misma, al pasado, a ese pasado que no moriría jamás y que siempre me perseguiría y acecharía como una sombra, un fantasma.
Me levanté rápidamente de la cama y contemplé mi imagen en el espejo. El cabello desordenado me caía en delicadas ondas por el rostro y los hombros. Había esperado tanto por aquel día… pero no estaba totalmente segura de querer hacerlo, dejarlo todo para ir en busca de un futuro distinto, de la libertad… lejos de mi familia… lejos de Evan. Los recuerdos de los últimos tres meses vinieron de golpe a mi mente, desde que decidí que él era bueno porque me hacía sentir bien. Supuestamente en aquel momento dejarlo allí sin más no debió ser una dificultad, pero para variar, me engañe a mí misma ¿Por qué ahora sentir remordimiento? conocía la respuesta, pero mi orgullo no me permitió admitir que en realidad me encantaba estar con él. Aquellas palabras que le había dicho meses antes en la playa resonaban como un eco en su mente, le pesaban en la conciencia ahora que pensaba irse lejos.

— Jane tú me gustas mucho, en serio, no es ningún juego, quiero mi oportunidad. Cuando estoy contigo me siento feliz, también quiero que tú lo seas.

Y es que esos cuatro meses con Evan fueron realmente maravillosos: salidas a ferias y restaurantes, bares y discotecas, paseos nocturnos por la playa, mañanas y tardes completas en habitaciones de hoteles… estaba siendo el cuento color de rosa que aquellas chicas bobas ven en las películas y quieren para sí mismas, ese que yo jamás viví hasta ese momento pero en realidad, cuando estaba a su lado sentía que no podía haber cosa mejor, era como estar en un universo paralelo…
Nos veíamos casi todas las noches y, cuando estaba a punto de amanecer corríamos al primer hotel que encontrábamos, cerrábamos las ventanas y nos quedábamos allí, retozando en el sofá, el suelo o la cama. A veces solo nos quedábamos reflexionando sobre anécdotas sin importancia hasta caer dormidos del cansancio. Pero siempre supe que Evan era algo que estaba de paso, que lo dejaría atrás algún día, pero en ese momento me resultó demasiado difícil.
                Le llame para quedar en el bar de siempre, quizá luego podríamos ir a hablar a cualquier otro lugar.
                Evan, el vampiro, el jaguar exótico y salvaje al que tanto me acostumbré, al gatito tierno y consentidor tendría que decirle adiós esa noche.

Llevaba tanto tiempo intentando alejarme de todos mis recuerdos, de los fantasmas de mii pasado, de mi familia, de mis raíces y de mi dolor, que busque todas las maneras posibles de hacerlo, que cuando me llegó la carta de confirmación de la escuela de arte en Londres, ni siquiera lo dude, sabía que era mi momento… hasta que me llegó al móvil un mensaje de Evan. Eso fue lo que me hizo reaccionar respecto de lo que sentía por él y lo importante que era en mi vida. Pronto desaparecería. No. Era yo quien iba a irse lejos, no él. Esa idea me aterro completamente, tanto como la traición de Jack, no por volver a estar sola, si no que por permitir que él se volviera tan importante para mí. Durante casi todo el día le di vueltas a como le diría adiós, como se lo explicaría. En verdad me sentí culpable, por primera vez, de causarle dolor a alguien, la clase de dolor que me causó Jack a mí, y que jamás podría perdonarle.
Al llegar la hora prevista para el encuentro yo llevaba ya un par de horas en el bar, repitiendo cada tanto la misma orden: Soviet

Cuando Evan llegó, me saludo con un beso en la boca, se sentó a mi lado y estuvimos hablando de tonterías por bastante tiempo, bebimos, bailamos, y seguimos bebiendo… hasta que ya no pude aguantar más.

— ¿Qué harías si te digo que esta es la última vez que me veras?— dije mirándolo a los ojos. Él se sonrió.
— Pues besarte, mucho, así como dice la canción — Contestó él acariciando mi pelo — Que tengo miedo a perderte, perderte después.
Entonces lo tomé por el cuello y le besé con todas mis fuerzas. Fue un beso lago, apasionado, lento y veloz, dulce y amargo: el sabor amargo que tenían los besos de despedida. Al alejarme de él, lo tomé de las manos y le dije sin más:

— Evan, me voy a Londres. Esto debe terminar ahora. — Jamás me detuve a pensar en si le hacía daño con lo que le decía porque me estaba engañando a mí misma pensando en que solo lo utilizaba, cuando ocultaba mis reales sentimientos, en ese momento yo sabía que lo quería, que era importante, pero me mantuve firme en mi autoengaño — Perdón. Lo siento de verdad, puedo decirte que fue bonito Evan pero ya no puedo seguir con esto.
— ¿A Londres? ¿Por qué ahora? ¿Pero porque no me dijiste nada?— el desconcierto estaba demasiado marcado en su rostro como para contestarle la verdad. Pero así era mejor, yo jamás fui una mujer buena para él.
— Solo estaba esperando una confirmación y ya llegó. Esta será la última vez que nos veamos Evan, no voy a volver. Y quiero pedirte que cuando salga de aquí no me sigas, es lo mejor para los dos.
— Por favor Jane, déjame estar a tu lado ¡Quédate conmigo! — Dijo poniéndose de pie, haciendo que la gente que estaba en el lugar volteara a verlo — ¿es que no te he hecho feliz? Por favor… sigamos con esto no te vayas… yo… yo… yo…
—No puedes darme lo que yo deseo. Si me quedo aquí, contigo, acabare sirviéndote cocteles luego de las cacerías. Tú y yo no tenemos un futuro Evan, acéptalo. — solté con excesiva frialdad. Lo estaba hiriendo, pero si no lo hacía, no tendría el valor de marcharme de su lado. — fue divertido gatito, pero ya se acabó.

Luego de decir eso, salí del bar y me puse a correr, me detuve ante un supermercado, compré una botella de tequila y unos Black Devil. Seguí corriendo hasta que no sentía las piernas… y así de cansada, sin saber si estaba triste o enojada me senté en un plaza vacía abrí la botella y me puse a beber. Al encender el primer cigarrillo recordé la tarde en que, con Evan, comencé a fumar. Recordé el sabor a menta de los cigarros baratos de la tienda frente al hotel de paso, el mechero azul que cargaba él, la tos que me dio con la primera aspirada… la textura de las sabanas mojadas de la cama donde nos habíamos revolcado… todo.

Al cabo de un par de horas, estaba suficiente mente borracha como para hablar coherentemente, pero no lo suficiente como para no caminar hasta un taxi que me dejara en mi casa. Al llegar, me trepé por la ventana de mi cuarto haciendo más ruido del normal, aunque no desperté a nadie… abrí mi ventana y, para mi mala suerte, había alguien dentro.

                Mi padre se acercó me tomó por los cabellos y comenzó a gritar, cosas que no le entendí, quizás por lo ebria que estaba, quizás porque en su ataque de furia no modulaba como es debido, quien sabe. Solo logre entender una palabra de entre todas, creo que fue la que me hizo reaccionar…pero no iba a aguantar que volviera a decirme perra.

— ¡¡Tú, tú eres el perro aquí, a ti te vale lo que yo haga o no, porque jamás te importó, déjame en paz, y ni se te ocurra ponerme un dedo encima, porque lo vas a lamentar‼ —Grité— ¡Ya me tiene harta vivir en este infierno, contigo, con las bastardas esas y con la maldita que tengo por madre! pero qué bien ¡¡Se acabó‼

Así fue como entablamos una pelea entre gritos y golpes. Cuando apareció Zein en mi habitación, mi padre tenía mis garras estampadas en el rostro y el hombro derecho y yo, estaba tirada en el suelo con sangre en los labios. Intente levantarme del suelo, y cuando él se acercó para ayudarme, le enseñe los colmillos en señal de ataque.
— Este lugar no ha sido nunca mi hogar, es buen momento de largarme ¡y no me toques!—le grite otra vez a Zein— no necesito tu lastima. Espero no verlos otra vez.

Saqué del ropero un bolso que había dejado allí temprano y me dirigí a la puerta principal. En el camino me limpié la herida del labio que me ardía de dolor, mientras mi padre iba tras de mi gritando más insultos
—¡¡Más vale que te vayas zorra libertina, porque aquí jamás has encajado‼ ¿me oyes? ¡¡Anda lárgate maldita, lárgate‼ que si sales no volverás a entrar. —gritaba furioso
— No te preocupes, no me interesa volver. Gracias por nada. Es un placer irme de este infierno—dije. Luego cerré la puerta tras de mí, y comencé otra vez a correr.
Después de los insultos y los golpes, por fin, ya estaba fuera, camino a una nueva vida, con un boleto de avión con destino a Londres. Un pasaje sin retorno.