octubre 19, 2010

Alter Ego... Cuando Jane Quiere Abrirse Camino.

Me resulta difícil comenzar a develar los secretos de mi mente, mis verdades, mis mentiras, las angustias, las alegrías y aquello que me haga sentir débil frente a otro, mas es inevitable hacerlo, así como Bianca me suplica ser juiciosa, Jane me grita que pierda la cabeza, y que me deje embriagar por esta sensación divinamente dionisiaca. Es una sensación diferente de demencia, una llave que abre mil puertas que van directo hacia lo desconocido y que me hacen estremecer de solo pensarlo. Día tras día cada recuerdo se va desdibujando más y más hasta ser solo una sombra de lo que fue… como todo, como él. Esta mañana al despertar me he dado cuenta de que una idea aunque sea pequeña es lo que puede cambiar el rumbo de lo que pienso y de cómo existo en el mundo, eso suele ocurrirme a menudo, pero hoy he tomado conciencia de ello así como también me di cuenta hace un tiempo de quien en verdad soy, y acabe con esa imagen falsa que tenia de mi misma y que era sólo un espectro, una sombra que no se parecía en nada a mí, pero que a la vez convivía con mi esencia.
Soy una mujer de convicciones firmes, en ocasiones muy delicada y sutil, más en otras (la mayoría) soy una salvaje cuyos instintos saltan por encima de todo juicio o razón. Eros me dio un regalo brillante que aprovecho constantemente: una imaginación formidable acompañada de una sed inagotable de la compañía masculina (física u onírica).
Hay deseos que son encerrados en el subconsciente de la mayoría de las personas para no sentirse juzgados por el resto de la sociedad; a mí, eso no me importa en absoluto. Lo que los demás piensen de mí y de mis opiniones o acciones me tiene sin cuidado, no voy a dar mi brazo a torcer para que otros decidan como debo vivir mi vida.
Cada mañana al despertar y ver el sol brillar en mi ventana el animal que llevo dentro aúlla complacido porque sabe que será otro gran día de satisfacciones para sus sentidos. En mi ambiente diario siempre hay presas que llaman mucho más mi atención que otras, cuyos atributos esenciales son tan sublimes que liberan por mi cuerpo ese “algo” que transforma mi mirada y me hace querer saltar sobre él para darle caza; pero como todo buen depredador  mantengo la calma, esperando, tendiendo trampas para que la presa no tenga donde ir. Es un juego fascinante el de la seducción, divertido hasta cierto punto; solo hasta el momento de poseer a la presa, una vez satisfecha mi curiosidad, debo cambiar rápidamente de blanco porque no tolero las repeticiones.
Ahora quien hace que corra la electricidad por mis venas es un hombre cuya sonrisa inmortal esconde una bandera asesina dibujada en los labios, de unos ojos negros y salvaje como la piedra ónix, brazos fuertes e inteligencia emocional. Es de esos que esconden muchos secretos: he ahí lo sublime y lo peligroso. Nadie escapa con vida, metafóricamente hablando, aunque, en el fondo de la metáfora se encuentra la base de la diversión.
Danzo para Selene y sin duda alguna para eros cada noche y cada día; buscando en esta última presa la expectación que reflejaron sus ojos, aquella primera vez, aunque sólo fuese una “casualidad”. Contradictoriamente creo que las coincidencias no existen, soy una convencida de que nada más que nuestras decisiones nos llevan por caminos que convergen con situaciones más desconocidas aún.
Me llaman hechicera, seductora, peligrosa... No niego nada. No tengo por qué mentir. Esa soy yo, sintiéndome plena y poderosa, y ante cualquier otra cosa, siendo yo. Soy Jane Franco y soy antes que todo una mujer.

octubre 16, 2010

Colmillos Salvajes, Capítulo Uno: Noche de Juegos

Capítulo Uno: 
Noche de Juegos.


Sus instintos dominaban su mente consciente la mayoría de las veces. Ansiaba caminar a la luz de la luna, recorrer las calles vacías y solitarias de aquella enorme ciudad, trepar a los edificios más altos y quedarse de pie en los tejados para sentir la brisa y tener la mejor vista, pero sobre todo, para sentirse libre. 

Danzaba bajo las estrellas en los acantilados más altos cercanos a la costa; agitaba con fuerza las caderas antes de saltar a las profundidades del océano. Nadaba por horas y horas, desnuda en las frías aguas, para pensar, para contemplar el esplendor que la rodeaba. Jane se paseaba por la ciudad como un espectro, disfrutaba mucho de la soledad de sus paseos nocturnos, especialmente porque podía realizar  uno de sus mayores placeres culpables: La cacería. Las noches en que se disponía a cazar eran, sin duda, una espectáculo, ya que empleaba todo su ser para conseguir a su presa, debido a que esta no era una cacería cualquiera, lo que ella buscaba era pasión, placer y sangre. Cada arma de seducción que existe era empleada por Jane, y si el hombre era muy apuesto, aumentaba su sed de sangre.
Esa noche no iba a ser diferente de todas las otras. El chico (que denominaré más adelante como la presa) tenía el cabello rubio, con unos mechones que caían sobre su rostro de tez trigueña, unos intensos ojos color miel y un piercing en la lengua, vaqueros ajustados y una sudadera verde que dejaba algo a la imaginación; un  espécimen perfecto para una noche de juegos. Ella llevaba puestos unos jeans negros, una camisa escarlata y ardiente, el cabello largo y oscuro recogido en una coleta casual que hacía resaltar el dije que tenía en el cuello: Un lobo aullando, con ojos de esmeralda. Él sería una presa más para ella, uno más de los que llenaría su lista de conquistas anónimas que satisfacían momentáneamente su sed de sangre y sexo.
El chico estaba apoyado en la pared acompañado de otros más que reían mientras ella le coqueteaba del otro lado de la calle. Las risas cesaron cuando, con gracia, Jane se acercó a él y luego de guiñarle un ojo lo tomó por el cuello de la sudadera y lo besó en los labios. Por un momento él se quedó perplejo, pero al segundo siguiente le estaba respondiendo con pasión. El juego había comenzado. Horas después ya se encontraban en la habitación del joven, pero el pobre no sabía lo que le esperaba. El salvajismo liberado en ese cuarto fue indescriptible; las paredes destilaban gotas de sudor. Él descansaba en la cama junto a ella, jugueteando con su pelo en medio de jadeos intermitentes que demostraban lo agotado que se hallaba.
-¿Quieres un masaje?- dijo Jane, pero solo fue una pregunta retórica, puesto que ya se encontraba deslizando los dedos por las líneas de  la espalda del chico. Él poco a poco comenzó a relajarse, cosa que la hizo sentir uno de esos escalofríos agradables que tanto le gustaban. El juego estaba acabando y, como siempre, ella estaba ganando.
La presión que estaba ejerciendo en la espalda de él fue aumentando cada vez más, al punto de producirle al joven ese dolor agradable acompañado de sonidos naturales, pero poco a poco lo agradable del dolor se tornó odioso, molesto e insoportable.
-Detente, por favor, ya es suficiente- dijo él, con tono de suplica
-Oh no, cariño, ahora va a ponerse más interesante- dijo ella con tono irónico y esbozando una sonrisa malévola. Él comenzó a asustarse pero ella estaba muy complacida. El joven sintió correr por su espalda un escalofrío y se le erizo la piel. Jane podía oler su miedo, sentir como se aceleraba su ritmo cardiaco, como un sudor frío recorría ese cuerpo tembloroso. Sus largas uñas hacían sangrar los hombros del muchacho, cuyo grito desgarrador quebró el silencio de la habitación y un espasmo violento de deseos de sangre sacudió con furia a Jane cambiando el color verde de sus ojos por un negro profundo de manera repentina.
-Es hora de que te muestre mi lado “B”.- dijo con una voz más grave antes de dejar escapar un gruñido.
Una. Dos. Tres sacudidas toscas acompañadas del rostro espantado de aquel joven anónimo tendido sobre la cama con la espalda ensangrentada. El olor de la sangre fresca hizo relamerse a la loba que se hallaba ante él, y que aulló ferozmente cuando el pobre hombre se dio cuenta de que el final estaba cerca. El animal lamio una de sus heridas, salto sobre él y luego de un aullido mortal, lo asesinó.

Unas horas más tarde, Jane se dejó caer en el suelo de la habitación apoyándose en la pared. Podía ver el cuerpo inmóvil de ese joven guapo y seductor  inerte sobre la cama; sus ojos desorbitados, sin luz, perdidos en un espacio infinito, sin saber si alguien lo esperaba en casa o si vivía solo, y le atemorizaba que ahora una parte de ella la intimidara con cosas tan banales como la moral. Para Jane cada hombre era usable y desechable, jamás involucraba sentimientos; son un arma de doble filo – se decía  – es una llave que otros usan para entrar al corazón y lastimarte, por eso sólo deben pertenecernos a nosotros.
A pesar de haber nacido en Marruecos, Jane no extrañaba nada de allá, sólo la danza y la sensación de libertad que ésta le daba. Odiaba la sola idea de vivir con aquellas costumbres sumamente extrañas en occidente y que nada tenían que ver con su estilo de vida. Era insoportable cada día en casa, porque significaba una nueva disputa familiar, ya fuera por el uso del lápiz labial, una blusa con escote, o una falda corta (a las rodillas)
Aquella noche se dedicó a pensar en todos aquellos jóvenes guapos que había seducido en ese último tiempo, por primera vez desde que comenzó con ese juego, pero sobre todo, recordó el por qué empezó a jugar. Todas sus presas tenían en común sólo una cosa, independiente de la forma de vestir, el color de la piel o el cabello, un rasgo común en todos era el ámbar dorado de los ojos. Hacía casi dos años, y aún lo recordaba como si hubiese pasado segundos atrás. Él se llamaba Jack, estaban solos en su cuarto, viendo unos posters pegados en la pared, un día caluroso de Diciembre.
Tus manos sobre mi espalda – Pensó – las mías en tu cuello, nuestros labios a milímetros de distancia... nuestros corazones latiendo con frenesí. – Jane sentía aquellos recuerdos como si fuesen reales y estuviesen ocurriendo en ese preciso instante –  “Tranquila” le susurraba la dulce voz de Jack, que con delicadeza besaba su mentón, mientras jane sentía correr por su cuerpo la adrenalina y la pasión desenfrenada del aquel contacto suave y seductor. Luego, él la besó en los labios delicadamente, sin detenerse, un besó con sabor a miel y café, embriagante y terso, delicioso... Jack recorría la espalda pequeña de Jane con sutileza, pero inundado por un deseo violento de poseerla, mientras que ella, rápida y audaz, ya le estaba quitando la chaqueta y la camiseta de color purpura oscuro, poseída por aquel instinto depredador que llevaba en la sangre. Al abrir los ojos, ella se encontró con esa mirada extremadamente voraz, mientras sus lenguas se entrelazaban  impetuosamente. Jack se alejó unos milímetros sólo para besarla con más fuerza, tomarla en sus brazos y arrojarla a la cama que estaba junto a la ventana. Se vieron a los ojos,  Jane lo abrazó con fuerza mientras recorría su pecho y espalda; cerró los ojos y lo beso más y más... se deshizo en su boca en tanto sentía el cuerpo fuerte y cálido de Jack sobre el de ella.
– Perdóname por todo el daño que te he causado– le susurró y continuó besándola desde los labios y, sin dejar de descender, llego hasta su pecho y le quitó la blusa. El éxtasis que se respiraba en la habitación era indescriptible, las caricias de ambos cuerpos daban a la situación un ardor tal que el termómetro del reloj marcaba más de treinta grados Celsius.
De sólo recordar, a Jane se le erizaba la piel y recorría por su espalda ese escalofrío placentero que hacia cambiar el color de sus ojos.
– Basta, es hora de jugar– se dijo esbozando una sonrisa sexy. Se escabullo por la ventana esperando no ser descubierta por nadie y se deslizo cuidadosamente por el tejado, dirigiéndose al parque central; una hermosa reserva natural ambientada al estilo japonés, para pensar un rato tras esos grandes árboles. Horas más tarde, a eso de las dos de la madrugada, tomó rumbo hacia el Hellfire para ver quién sería su presa aquella noche, porque ese era uno de esos momentos en que deseaba aullarle al mundo para marcar su territorio y mostrarse poderosa ante otros. Se sentó en la barra y llamó al bar-man para que le trajera un trago.
– ¡Eh, Pirata! Dame lo de siempre ¿Quieres? – le dijo sonriendo. El hombre la miro y le devolvió la sonrisa. Al otro lado de la barra, un muchacho muy atractivo, hacia señas a Jane para invitarle la primera copa; la noche iba mejor de lo que se esperaba.
Fueron unas horas bastante divertidas para ella; disfruto mucho del resto de la noche ahí, en la parte trasera del edificio (Ya Pirata limpiaría el desorden, como de costumbre). Por lo pronto, Jane daría un paseo placentero por las calles vacías de la ciudad (lógicamente debido a que era día jueves y el reloj marcaba las cuatro y treinta y nueve de la madrugada). Mas, a pesar de toda la confianza y seguridad que le daba ir de cacería, podía sentir tras ella un aroma salvaje que la asechaba. Continuó caminando por el techo de una galería, sin dejar de sentirse observada, perseguida e intimidada por aquel aroma. Sabía que era algo anormal, un  ente extraño que la hacía desear, más que cualquier otra cosa en ese momento, saber de qué se trataba. Segundo a segundo se incrementaba la curiosidad y el deseo de ella; su pulso se aceleró, los músculos de las piernas se tensaron, lista para saltar al ataque. Percibió tras de sí, con excesiva intensidad, ese aroma brutal y salvaje... se giró rápidamente sobre los talones en el preciso instante en que aparecía ante sus ojos un adonis tal que se quedó sin aliento. Unos ojos negros profundos e intensos, piel clara enmarcada por fino cabello negro. Al verse reflejada en aquellos ojos supo que ese hombre era un salvaje, una bestia... un ente delicioso. El hombre esbozo una sonrisa malévola escondida tras una barba descuidada, de tres o cuatro días. Todo ocurrió muy rápido entonces. Antes q alcanzase a poner la posición de ataque, el hombre la tomó por los brazo y la atrajo hacia sí, aunque ella no opuso resistencia, aquellos ojos negros eran hipnotisantemente bellos al punto que no podía pensar con claridad, sólo sabía que, si el hombre era tan bestia como su instinto le decía, sería una presa fantástica y digna de repetición – ohh sí... una y otra vez – pensó. A él no podría asesinarlo,  y ya no podía contener más sus deseos. Sintió correr por sus venas el fuego que solía recorrerla cuando iba de cacería, pero ahora el saber era distinto porque él también era un depredador, y por primera vez en mucho tiempo, ella se sintió la presa. Se liberó con fuerza de los brazos de su captor y lo echó hacia atrás de una patada; él, audaz, saltó sobre ella con un movimiento veloz, dejándola inmóvil contra la muralla de ladrillos húmeda por el rocío. El cazador sujetaba con una mano el cuello de Jane, quien soltó un gruñido enseñando los afilados colmillos mientras los ojos le cambiaban bruscamente de color y posicionaba las uñas tan largas como garras en la yugular del hombre. El ritmo cardiaco de ambos estaba por los cielos y se miraban fijamente como intentando encontrar en el otro la señal que les permitiera atacar. Un as de luz, proveniente de un vehículo desorientado iluminó de pronto el callejón en el que estaban, y ella pudo ver como esos ojos negros mutaban rápidamente a un ámbar con vetas doradas de una belleza sublime y felina, y entonces ella atacó; lo sujetó por el cuello y lo besó con furia. Él respondió al beso como si sólo hubiese estado esperando a que ella lo besara, acto seguido, la tomó en sus brazos, la aprisionó contra la pared y continuó besándola, destruyendo con sus manos la blusa de satín que Jane llevaba puesta. Ella trepó por sus piernas haciéndole un candado con las botas alrededor de la cadera, mientras el acariciaba con la legua aquellos incisivos afilados de Jane sin soltar su garganta, y con la otra mano, se deslizaba con suavidad por el encaje de su brasier.
La mente de la loba estaba desorientada, sólo quería seguir jugando con aquel hombre salvaje aunque... ¿Qué pasaría más tarde? ¿Irían a otro lugar o el plan era hacerlo allí mismo? En realidad no es que esa idea la molestara pero... ahh, ya daba igual.
Abrió lentamente los ojos para mirar otra vez las gemas felinas de su captor.
– ¿Cómo te llamas cazador?
– Evan – le susurró él al oído al tiempo que le pasaba la lengua por el hueso de la mandíbula, luego la miró intensamente. – Y tú loba, ¿Cómo te llamas?